Son jóvenes, atléticos y muy ricos. Una gran parte de los deportistas profesionales de las grandes Ligas ganan cantidades ingentes de dinero que dilapidan a un ritmo frenético, casi obsceno. Compran mansiones que parecen sacadas de cuentos de hadas, llenan sus garajes con los coches más lujosos, se adornan con kilos de joyas, mantienen durante años a ejércitos de familiares y amigos, procrean sin miramiento, como si de ellos dependiese el futuro de la raza humana, y viven como si no hubiera un mañana. Pero lo hay. Llega un día tras retirarse en que se dan cuenta de que han dilapidado todo su patrimonio. Y entonces ya no hay vuelta atrás.
"Creí que tenía la vida resuelta. Trabajas duro y luego lo pierdes todo en dos o tres años. Desarrollas un estilo de vida prohibitivo, insostenible. No podía negar nada a mi familia ni a mis amigos de la infancia. Les daba todo. Durante mi carrera fui como un cajero automático". Antoine Walker, tres veces All Star y campeón de la NBA, explicaba así hace unos días en el Boston Globe cómo había dilapidado los 110 millones de dólares que había ganado en su carrera en la NBA.
El ex de los Celtics resumió en pocas palabras un drama que viven desde hace décadas una gran parte de jugadores en el deporte profesional. Jóvenes que llegan a la cresta de la ola con apenas 20 años, ganan muchos millones en poco tiempo y los dilapidan con la misma celeridad. El suyo es un caso típico de deportista rico que acaba siendo pobre.
Un estudio de la firma Schips Finanz para la revista Sports Illustrated reveló que el 50% de los futbolistas de las Ligas europeas perdían todo su dinero al poco de retirarse. Y entre los deportistas profesionales de las grandes Ligas estadounidenses esa cantidad se dispara. El 60% de los jugadores de la NBA se arruinan a los cinco años de colgar la camiseta, y el 78% de los jugadores de fútbol americano (NFL) lo pierden todo a los dos años de retirarse.
Actualidad Laboral / Con información de Marca