No son únicamente las habilidades profesionales ni la experiencia laboral lo que configura el perfil que podríamos calificar como ‘empleado excepcional’: la excepcionalidad va de la mano de una serie de actitudes y rasgos de la personalidad capaces de marcar la diferencia. Y ser capaz de detectar estos rasgos y actitudes resulta fundamental para un jefe que quiera retener y premiar el talento en su compañía.
Y es que una compañía en la que sus responsables no sean capaces de detectar quién está comprometido con la misma o en la que no se muestra interés en premiar a quien está dispuesto a asumir responsabilidades y hacer el esfuerzo extra (que puede llegar a separar el éxito del fracaso) será en poco tiempo una empresa fallida incapaz de atraer a trabajadores excepcionales (ni sencillamente buenos).
Por eso resulta fundamental que seamos capaces de reconocer los indicadores que señalan la presencia de gente excepcional en las filas de nuestra empresa:
Solucionan lo que está roto
Para un empleado excepcional, “lo hacemos de ese modo porque así se ha hecho siempre” no es un argumento válido. Tanto si descubre un mueble roto como si se encuentra de bruces con un procedimiento ineficiente, no se desentenderá para “que lo arregle otro”.
Tampoco se trata de que se eche a la espalda todos los problemas de la empresa, sino de que no los dejen pasar y se preocupen de ponerlos en conocimiento de quien puede hacer algo por solventarlos, sea un compañero o un superior.
Son capaces de anticiparse a las necesidades del equipo (y de ayudar a los compañeros)
Un empleado excepcional es capaz de ‘pensar en grande’ y anteponer los objetivos del equipo no ya sólo por encima de los individuales, sino como un requisito para cumplir con estos últimos. Esto es, es alguien capaz de pensar desde el ‘nosotros’.
Por ello, se mostrará preocupado por el trabajo de todo el equipo, mostrándose dispuesto a formar y auxiliar a los nuevos empleados (y, en general, a todo aquel que lo necesite).
Mantienen su ego bajo control
Un empleado excepcional supedita su ego al éxito del proyecto. No se trata de que no busque reconocimiento (se trata de un impulso tan legítimo como útil), sino de que impida que el ansia por figurar repercuta negativamente en la empresa. Y, desde luego, estará siempre dispuesto a dar su brazo a torcer cuando se le demuestre que no tiene razón.
Un empleado así sabe que ser excepcional no es lo mismo que ser perfecto, y será el primero en dar el paso de reconocer un error: no hay mejor indicativo del potencial para mejorar que reconocer la necesidad de hacerlo.
Piensan a largo plazo
La excepcionalidad no la confiere una única acción. Si un empleado piensa eso (o, peor aún, si se le hace creer eso) lo más probable es que se relaje y deje de exprimir su potencial. Un empleado excepcional sabe que deberá seguir demostrando su valía más allá del éxito inicial. Y no sólo eso: es bien consciente de que ninguna carrera de éxito es constante, y está siempre preparado para lidiar con los baches.
Son capaces de lidiar con los conflictos
Un buen empleado nunca buscará crear un conflicto, pero será capaz de manejar uno si la situación lo requiere. Así, por ejemplo, nunca recurrirá al ataque personal como medio para lograr sus fines, pero los resistirá con filosofía si lo que está en juego es un objetivo importante para la empresa. En el día a día de la compañía, le verás defender su postura con calma y firmeza.
Saben mantenerse a salvo de la gente tóxica
La gente tóxica es una plaga extendida: no hay empresa ni organización, por bien avenida que se muestre, que no albergue a alguna persona tóxica agazapada. Dentro de la empresa, probablemente el empleado excepcional sea su víctima favorita, pero también será la persona mejor preparada para lidiar con esa clase de ‘compañeros’.
Un buen empleado logrará centrarse en las personas de su entorno que le permitan seguir constuyendo, evitará ser arrastrado al barro por los comentarios y acciones negativas.
Preguntan
Parece mentira que algo tan simple sea un indicativo de excepcionalidad, pero lo cierto es que no son pocos los problemas de las organizaciones que tienen como principal razón la negativa a preguntar.
Un buen empleado sabe que una pregunta nunca será estúpida si evita tomar una decisión estúpida, ni sentirá vergüenza a la hora de pedir aclaraciones. Tampoco tendrán problema en preguntar algo cuya respuesta ya conocen si piensan que eso sirve para que otro compañero esté mejor informado.
Son capaces de mantenerse concentrados en lo fundamental
En las escuelas de pilotos se les suele dar un consejo a los aspirantes: “Cuando las cosas vayan mal, recuerda mantener en el aire el avión”. Lo que podría parecer una perogrullada no lo es en absoluto, puesto que más de un accidente ha ocurrido como consecuencia de que la tripulación estaba más centrada en un imprevisto poco relevante mientras se desatendían comprobaciones verdaderamente urgentes.
El buen empleado comprende que los enfrentamientos dentro de la oficina o las quejas de clientes malhumorados constituyen obstáculos, pero no dejan por ello de enfocarse en sus responsabilidades y de ofrecer soluciones para sacarlas adelante.
Actualidad Laboral / Con información de Ticbeat