18-05-2017
La inmigración ha hecho de manera demostrable que las economías sean más productivas desde que hay estadísticas de producción precisas. Sin embargo, no se trata de un efecto automático: los inmigrantes deben adecuarse a las necesidades del mercado laboral del país receptor.
En 1685, Luis XIV promulgó un edicto que prohibía el protestantismo en Francia. Los “herejes” –los hugonotes- siguieron su camino; fueron bien recibidos por los gobernantes de la entonces atrasada Prusia, muy castigada por la guerra de los Treinta Años y brotes de pestes.
Los gobernantes prusianos nunca lamentaron la llegada de hasta 20,000 hugonotes, alrededor del 1.3% de la población del país: el ingreso de esas personas dio como resultado un aumento perdurable de la productividad.
Erik Hornung del Instituto Ifo de Investigación Económica de Múnich utilizó los meticulosos registros de inmigración y producción de Prusia para determinar que, en las fábricas instaladas en las ciudades donde se habían afincado los protestantes franceses, un aumento de 1% del porcentaje de hugonotes de la población se traducía en un incremento de 1.4% de la productividad de la industria textil, para la que tenían particular habilidad, y que el aumento se mantenía 100 años más tarde, después que muchas fábricas fundadas por los hugonotes hubieran dejado de existir.
La llegada a los Estados Unidos de emigrados alemanes judíos procedentes de la Alemania nazi provocó un enorme salto en la innovación estadounidense, contribuyendo al crecimiento de la productividad más veloz de la historia del país en las décadas de 1930 y 1940.
Al igual que los hugonotes en Prusia, esa ola de inmigración generó una significativa transferencia de conocimientos. Pero la inmigración de trabajadores manuales también podría tener un efecto benéfico.
En los años 60 la llegada de “trabajadores invitados” contribuyó a bajar los costos al moderar las demandas de los sindicatos; trabajadores turcos sumamente motivados ayudaron a la Alemania de los años 60 a dar el mayor salto de cualquier década de posguerra para ponerse a la altura de los Estados Unidos en productividad.
En una época más reciente, se ha visto que, en los 20 años que van de 1990 a 2010, el ingreso de trabajadores tecnológicos con visas H1B aumentó la productividad en las ciudades adonde llegaron.
Uno de los autores del trabajo sobre las visas H1B, Giovanni Peri, un académico de la Universidad de California, Davis, oriundo de Italia, ha llevado a cabo muchas investigaciones sobre el efecto económico de la inmigración, como sus implicancias en la productividad.
Trabajando con conjuntos de datos de distintos países y tipos de firmas, demostró que sumar inmigrantes a la fuerza laboral impulsa a los habitantes locales a empleos más orientados a la comunicación, lo que aceita los procesos empresariales y contribuye a aumentar la productividad.
También ayuda a las compañías a expandirse geográficamente, al aprovechar el conocimiento de los inmigrantes sobre sus países de origen; el aumento de las exportaciones también se traduce en una mayor productividad.
Incluso la inmigración de baja calificación puede hacer que la economía del país receptor sea más productiva de maneras inesperadas. Rachel Anne Harris, de la Universidad de Toronto, demostró en un trabajo reciente que el Mariel Boatlift o Éxodo del Mariel –la llegada inesperada a Florida de 125,000 cubanos expulsados por el régimen comunista de ese país- redundó en un aumento de las patentes en Florida.
No fueron las personas que habían llegado en los botes las que innovaron; en su mayoría eran trabajadores manuales. Pero, según escribió Harris, “los inventores tuvieron acceso a una amplia oferta de trabajadores de baja calificación y pudieron contratarlos para ocuparse de las tareas domésticas, del cuidado de los niños, etc. Eso permitió a los inventores desentenderse de las tareas domésticas y dedicar más tiempo a la invención, lo que llevó a un aumento del registro de patentes”.
Hay una condición clave para que los inmigrantes incrementen la productividad de ese modo: el grupo de inmigrantes debe adecuarse a las necesidades del país receptor.
El Éxodo del Mariel tuvo poca incidencia en los salarios de la zona de Miami porque había un mercado listo para el tipo de aptitudes que tenían. Prusia en el siglo XVIII necesitaba las habilidades de los hugonotes para hilar y teñir, que superaban en mucho a las de los habitantes locales.
Después de la Gran Depresión, Estados Unidos necesitaba con urgencia los conocimientos de los inmigrantes judíos para edificar una economía más avanzada. En los años 60, Alemania no podría haber crecido sin los trabajadores invitados.
Los poseedores de visas H1B eran soldados de un auge de la tecnología que Estados Unidos no podría haber sostenido sólo con mano de obra local.
Cuando un país receptor no necesita las habilidades de los inmigrantes, el efecto de su ingreso en la productividad es insignificante.
En la década de 1990, Israel recibió a cientos de miles de ciudadanos de la ex URSS, muchos de ellos de alta calificación, pero el efecto de ese capital humano inesperado en la productividad fue insignificante, escribió Daniele Paserman en un trabajo de 2013.
Los nuevos inmigrantes se encontraron con un entorno competitivo y muchos habitantes locales con las mismas aptitudes, pero con una mejor comprensión del funcionamiento del sistema así como mejores habilidades lingüísticas. A menudo acabaron en pequeñas firmas haciendo trabajos para los que estaban excesivamente calificados.
“La misma magnitud de la ola migratoria hizo que para los inmigrantes fuera más difícil encontrar empleos adecuados, y muchos inmigrantes habían huido de una Unión Soviética que se desintegrada a toda prisa y con poco conocimiento previo de sus posibilidades de integrarse con éxito al país receptor”, escribió Paserman.
La ola actual de inmigrantes de Medio Oriente que llegan a Europa se topa con los mismos problemas. Su formación, aun cuando es bastante elevada, rara vez tiene demanda, lo que hace más largo el camino para conseguir un empleo remunerado.
Incluso para trabajos de bajo nivel, el nivel requerido de integración es bastante alto. Es difícil esperar aumentos de productividad cuando los recién llegados son aceptados por razones humanitarias y se encuentran con importantes barreras para ingresar al mercado laboral.
A veces recibir a los inmigrantes que hayan llegado a las propias costas es un imperativo moral. Pero los inmigrantes no tienen por qué depender de una organización benéfica ni ser un problema de seguridad.
No tiene nada de malo mostrar más interés en las habilidades e inclinaciones de los recién llegados y luego orientarlos a las áreas donde estas puedan tener demanda.
Una serie de países europeos se muestran renuentes ante los intentos de fijar un sistema de cupos de refugiados, pero podrían beneficiarse con un plan de distribución más inteligente que clasificara a las personas según sus aptitudes o su deseo de adquirirlas.
Organizar un sistema de cotejo de habilidades, y la capacidad de formar a los inmigrantes en las ocupaciones que se necesitan actualmente, debería ser una de las prioridades de Europa y –una vez que haya un gobierno más razonable en Washington- de los Estados Unidos.
Incluso algo tan elemental como la capacitación gratuita en idiomas (que existe en Alemania pero no se da en Francia hasta que los inmigrantes no llevan un tiempo en el país) puede reducir drásticamente la tensión en torno a los inmigrantes y acelerar su ingreso a la economía productiva; la capacitación profesional adaptada a las necesidades de la economía sería un gran salto adelante.
Sin cotejo de habilidades, capacitación en idiomas y otras medidas de integración, es difícil aprovechar los efectos de reducción de costos y transferencia de conocimientos de la inmigración.
Actualidad Laboral / Con información de Gestión Perú