Hay claras señales de que Japón se está internacionalizando, y ese proceso se está acelerando, pero además su población está envejeciendo rápidamente y disminuyendo en número.
Agregando otros factores, incluidos unos niveles nunca vistos de turismo extranjero y los preparativos para los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, el resultado es una nación que necesita desesperadamente más trabajadores para llenar vacantes.
Esa inminente crisis demográfica no agarró al país por sorpresa: hace décadas que se sabe. Pero como los distintos gobiernos se resistieron a tomar medidas drásticas, el problema ahora se ha vuelto mucho más urgente.
El primer ministro, Shinzo Abe, quiere traer más trabajadores extranjeros a cambio de salarios bajos.
Pero su propuesta de hacer llegar a centenas de miles de personas para ocupar puestos de trabajo hasta 2025 es altamente polémica. Especialmente en un país que, tradicionalmente, ha evitado la inmigración.
A inicios de diciembre, el Parlamento japonés aprobó esa propuesta en un movimiento sin precedentes. En la práctica, los congresistas japoneses votaron a favor de la entrada de un número nunca antes visto de trabajadores inmigrantes: 300.000 en los próximos cinco años, a partir de abril.
La nueva ley llega en una época de cambios históricos en Japón. Y el impacto puede moldear al país durante generaciones.
Más ancianos, más extranjeros
Bhupal Shrestha es un profesor universitario que vive en Suginami, en Tokio, un área residencial conocida por sus calles estrechas, con tiendas de ropa de segunda mano y anticuarios.
Vive en Japón desde hace 15 años, pero su camino para obtener un visado de "residente permanente" no fue fácil.
Shrestha sintió "discriminación en cosas básicas como buscar habitación en la que vivir, abrir cuentas bancarias, solicitar tarjetas de crédito". También dice que es difícil para los inmigrantes hablar sobre la política del gobierno que les afecta.
"La sociedad japonesa se está abriendo para los inmigrantes, pero ellos aún son conservadores en algunos lugares", opina. "Creo que se debe a la falta de oportunidades que tienen para el intercambio cultural con esas personas que llegan de fuera".
Nacido en Nepal, Shrestha es uno de los 1,28 millones de trabajadores extranjeros que viven en Japón. Es un número récord, por encima de los 480.000 en 2008. Eso significa que los inmigrantes representan apenas el 1% de la población de Japón, comparado con el 5% en Reino Unido o el 17% en EE.UU.
Casi el 30% de los trabajadores extranjeros en Japón vienen de China. El resto proceden de Vietnam, Filipinas y Brasil.
El número es bajo porque no hay un incentivo para la inmigración.
Siendo una nación insular, Japón ya fue ferozmente aislacionista. Hasta mediados del siglo XIX, aquellos que entraban o intentaban salir del país podían ser castigados con la muerte. Ahora, el Japón moderno se considera homogéneo, con una fuerte identidad cultural.
Históricamente, las preocupaciones en el país sobre la inmigración están ligadas a varios factores: desde la percepción de que los extranjeros "se quedarían con los puestos de trabajo" de los nativos, hasta la ruptura cultural, pasando por el miedo sobre el aumento de la violencia en el país, reconocido mundialmente por sus bajas tasas de criminalidad.
Pero hay un gran problema: el número de japoneses nativos está disminuyendo.
La población cayó en casi un millón de personas entre 2010 y 2015. El año pasado disminuyó en más de 227.000. En paralelo, el número de residentes con más de 65 años representa el 27% de la población total, una cifra récord. Según estimaciones, el porcentaje de personas mayores llegará al 40% en 2050.
En mayo, la tasa de disponibilidad de empleos alcanzó su mayor nivel en 44 años: 160 por cada 100 trabajadores. En otras palabras: hay muchos empleos disponibles que los japoneses más mayores no pueden hacer y que los japoneses jóvenes no quieren hacer.
Actualidad laboral / Ver completo en BBC / Bryan Lufkin