A pesar de los avances en la participación económica de las mujeres, aún persiste la desigualdad de género en el mercado de trabajo. A menudo, la discusión sobre estas desigualdades se desvía por ideologías y políticas, y se pierde la oportunidad de enfocarse en la evidencia científica.
En los últimos años ha habido importantes avances en la comprensión de las brechas de género. Sin ir más lejos, el último premio Nobel de Economía fue otorgado a Claudia Goldin por el estudio de estos temas. Estos últimos avances en la investigación científica mueven el debate desde la simple demanda de igualdad salarial hacia una comprensión más profunda de las dinámicas de mercado laboral que generan trayectorias laborales tan distintas entre hombres y mujeres.
¿Igual pago por igual trabajo?
La premisa de “igual salario por igual trabajo” se matiza al analizar los datos: en promedio, las mujeres ganan menos que los hombres. Pero ajustando por horas trabajadas, la diferencia salarial se minimiza o incluso se invierte en algunos sectores de la economía, donde las mujeres ganan más por hora. Esta situación no descarta la discriminación, pero sugiere que las diferencias en el salario están más relacionadas con la cantidad de horas trabajadas.
Los aportes de Goldin van en esta línea: las mujeres ganan menos porque buscan flexibilidad laboral de manera diferente que los hombres, lo que influye en sus ingresos. Los empleos con largas jornadas y poca flexibilidad, que suelen ser mejor remunerados, tienden a ser ocupados por hombres, mientras que las mujeres, cargando históricamente con más responsabilidades domésticas, prefieren puestos más flexibles, lo que puede resultar en menores salarios.
El principal problema es la brecha de los cuidados
La clave de la desigualdad de género en salarios radica en la distribución desigual de responsabilidades domésticas. Según el Indec, las mujeres dedican más tiempo a estas tareas que los hombres (6:31 contra 3:40 diarias).
Henrik Kleven, un economista danés, destaca que tener hijos afecta marginalmente los ingresos de los hombres, pero reduce significativamente los de las mujeres, una evidencia de cómo el reparto de cuidados influye en la brecha salarial, incluso en países con sistemas robustos de seguridad social y permisos parentales equitativos. Estas dinámicas subrayan cómo patrones culturales perpetúan roles de género, asignando el cuidado no remunerado principalmente a mujeres.
Incluso sin hijos, son las mujeres las que toman un rol primordial en el trabajo doméstico. Otro tema de relevancia es el cuidado de los adultos mayores. Este frecuentemente se convierte en responsabilidad de las mujeres, reflejando roles de género tradicionales y expectativas sociales arraigadas.
Que se trate de cuestiones culturales limita el efecto de las políticas que usualmente se sugieren para combatir la desigualdad en el mercado laboral, como las expansiones masivas en permisos parentales y subsidios para el cuidado infantil. Una ley que obligue a las empresas a pagar igual salario por igual puesto de trabajo tampoco va a resolver el problema.
La clave parece estar en la flexibilidad
El 8 de marzo es una jornada para reflexionar sobre el hecho de que las mujeres asumen en mayor medida el trabajo doméstico no remunerado, y es el principal factor detrás de la persistente brecha de género. Estos son cambios culturales que llevan mucho tiempo.
Pero desde la investigación científica, hay indicios que apuntan a que en ciertos sectores la brecha está decreciendo. Goldin encontró que la industria de la farmacia en Estados Unidos tiene una brecha salarial casi nula. Esto se debe a que tienen una estructura de trabajo que promueve la flexibilidad laboral y permite conciliar mejor el trabajo y la familia.
Incorporar flexibilidad, siempre que la naturaleza del trabajo lo permita, se presenta como un modelo para cómo otras profesiones podrían evolucionar hacia una mayor igualdad de género. Es un cambio que ya está sucediendo en áreas como la tecnología, la ciencia y la atención sanitaria.