26-06-2017
Sentada en el filo de la silla, Fátima escucha con atención. Se retuerce las manos, atusa su chilaba y esboza muecas entre la sonrisa y el nerviosismo. No termina de fiarse del periodista. Tiene miedo, pero accede a hablar si no se da su verdadero nombre. Detiene por un momento su faena como empleada doméstica ilegal en una casa de Ceuta para narrar su historia. Tiene 40 años y dos hijos (de 14 y 20 años), es de Castillejos (Marruecos) y cruza diariamente la frontera para trabajar, desde que se quedó viuda hace 5 años. Cristina Sánchez es madre soltera de dos pequeños (de 13 y 6 años), tiene 39 años y también cruza una frontera para trabajar en el servicio doméstico. Cristina es de Guardiaro (San Roque, Cádiz) y trabaja en Gibraltar. Lejos de tener miedo, Sánchez habla con decisión y desparpajo: está dada de alta como autónoma, le gusta su trabajo y quiere crecer como empresa. Fátima y Cristina no se conocen y puede que nunca lo hagan. Con un Estrecho de apenas 14,3 kilómetros de separación, son la cara y la cruz del empleo que generan las desiguales fronteras de Marruecos-España en Ceuta y España-Reino Unido en Gibraltar, bajo cuyo peso trabajan aproximadamente 42.000 personas.

No todas las fronteras son elementos de desigualdad per se, pero cuando dividen realidades económicas tan distintas, la diferencia se hace más que palpable. El PIB (Producto Interior Bruto) per cápita de Marruecos en 2015 fue de 2.706 euros. En España ronda los 24.000 euros, casi 9 veces más. El informe de Fronteras más Desiguales del Mundo (FDM) apunta a la frontera ceutí del Tarajal entre España y Marruecos como la séptima más desigual, por delante de la de México y Estados Unidos (en la posición décimoséptima). La focona (como se conoce en llanito a la frontera) en Gibraltar tampoco se queda atrás. Frente a los 24.000 euros de cada español (reducidos a 23.000 entre los linenses), el PIB per cápita de los gibraltareños superó los 64.315 euros en 2016.

Al calor de estas diferencias, el Estrecho de Gibraltar concentra a trabajadores en ambas orillas que cruzan fronteras diariamente, ávidos de buscar una vida mejor al otro lado. El linenense Miguel Valencia no ha conocido otra cosa desde que se incorporó al mercado laboral con 20 años. Lleva 32 trabajando para un distribuidor de bebidas alcohólicas y tabaco en Gibraltar, Lewis Stagnetto. "Esto es como una simbiosis, ellos necesitan mano de obra y tiran de nuestro país. A su vez, nuestro país tiene mano de obra que ofrecer", resume Valencia con una lógica aplastante.

El sincretismo se repite en Ceuta, aunque caracterizado por la irregularidad y la precariedad. Los empleadores ceutíes se benefician de mano de obra barata y los transfronterizos marroquíes consiguen salarios que difícilmente podrían alcanzar en su país. "No solo Marruecos vive de Ceuta; gracias a Marruecos, la mujer ceutí puede ir a trabajar", reconoce Maribel Lorente, de la Asociación Digmun, una asociación que trabaja para el empoderamiento de las mujeres marroquíes que trabajan como empleadas domésticas y porteadoras en Ceuta, oficios predominantes entre los extranjeros de la ciudad autónoma.

No es fácil ser transfronterizo en las fronteras de Ceuta y Gibraltar, siempre enredadas en conflictos de soberanía. Fátima se despierta a las tres de la mañana en su casa de Castillejos (a 8 kilómetros de Ceuta) para poder entrar a las 8.30 en su trabajo. Toma un taxi colectivo, compartido con 6 personas más, que la deja en el Tarajal. Allí pierde la mayor parte del tiempo en poder pasar. "La frontera es mala, mucha gente, mucho coche. Vi como un policía rompía una pierna a una mujer", reconoce la marroquí en un castellano chapurreado.

El frágil equilibrio hispano-marroquí se quiebra con facilidad. Es suficiente con unas declaraciones políticas desafortunadas para que los transfronterizos paguen los platos rotos con colas, cierres de frontera e incluso avalanchas. En Gibraltar, no están exentos de problemas, limitados, eso sí, a colapsos y colas. Cristina Sánchez se levanta a las 6.30, deja a sus hijos en el colegio y se dirige en coche al Peñón. "Si salgo 10 minutos tarde, ya me pilla cola, así que a las 8.30 ya estoy en Gibraltar", reconoce la autónoma. "Cada vez que hay tensión en la frontera, repercute en el trabajador de a pie. La política de bandera tiene una gran incidencia sobre él", reconoce el sindicalista de CC OO y presidente del Grupo Transfronterizo, Miguel Triano.

Afectados por conflictos diplomáticos, ni siquiera existen cifras oficiales de los empleados transfronterizos en ambas ciudades. En Ceuta, al Ministerio de Trabajo le constan 1.403 empleados marroquíes (de los 2.688 extranjeros afiliados a la Seguridad Social que apunta la Delegación del Gobierno en Ceuta), a los que se suman los 1.951 registrados en Melilla. Sin embargo, la gran mayoría son trabajadores irregulares. Se estima que cada día cruzan el Tarajal de 20.000 a 25.000 personas con fines laborales. Nadie cuenta tampoco cuántos trabajadores españoles trabajan en Gibraltar. Desde el Ministerio precisan que, al ser ciudadanos de la UE, no hay registro ni permisos específicos para su actividad. "Se da por buena y aceptada en ambos lados la cantidad de entre 7.000 y 8.000 trabajadores", explica Triano.

La gran mayoría de los marroquíes que cruzan la frontera se dedican al porteo, bien sea en coche o a pie, y buena parte de ellos son mujeres. Por oficios, le siguen en número las empleadas domésticas como Fátima, que compatibilizan varias casas a la semana y ganan un sueldo entre los 150 y los 300 euros mensuales. Su sector copa el trabajo legal en Ceuta: de los 1.403 transfronterizos, 1.126 se dedican al servicio doméstico. Pese a estar dadas de alta, solo pueden acceder a cobertura sanitaria en el ejercicio de su trabajo, ya que no son ciudadanas comunitarias. Fátima, aún como ilegal, limpia en tres casas. Una de ellas es de una ceutí dedicada, paradójicamente, al servicio de limpieza. A las limpiadoras, le siguen otras ocupaciones como electricistas, pintores, mecánicos o albañiles que, cada día, se apostan en esquinas de la ciudad, a la espera de que les llamen para un trabajo.

En Gibraltar el trabajo precario e irregular es una minoría. Médicos, enfermeros, transportistas, camareros o dependientes cruzan diariamente la frontera para ocupar puestos mejor pagados que en España. "Hay de todo y la imagen no se corresponde con la del trabajador en precario. La media puede estar en los 2.000 euros mensuales", explica Triano. Sánchez se muestra "contenta" de trabajar en Gibraltar: "Es una ciudad activa y dinámica". Compatibiliza trabajos, de 10 a 12 euros la hora, que van desde la limpieza doméstica a llevar el coche al taller, para 10 clientes en el Peñón y otro tanto en la exclusiva urbanización de Sotogrande.

Cristina es una luchadora y planta cara a la incertidumbre a la que empleados como ella se enfrentan tras el Brexit. Incluso está decidida a crecer como empresa: "Quiero hacer esto grande, emplear a gente. Veo mi futuro ligado a Gibraltar". Al otro lado de la orilla, Fátima se conforma con menos, sueña con que le den de alta en la Seguridad Social. Sería un aliciente para seguir manteniendo a sus hijos, como reconoce con una sonrisa, mientras se pone de pie en la cocina de la casa para la que trabaja. La improvisada entrevista ha terminado, tiene que seguir la faena para acabar a las 13.30 y volver con otras compañeras de oficio a Castillejos. Allí, le espera más: "Trabajo aquí y trabajo en casa, es lo que hay".

La quimera de la residencia

Jawad Reduani es marroquí, tiene 24 años y ahora trabaja de camarero en Ceuta, aunque lleva haciéndolo desde los 18. Es uno de los pocos que ha sido capaz de sortear los vericuetos legales de la Ley de Extranjería y conseguir la residencia permanente en España. Buena parte del logro fue posible gracias a que fue un Menor Extranjero No Acompañado (MENA) que, tras mucho luchar, consiguió acreditar que llevaba años residiendo en Ceuta y que tenía un contrato de trabajo de un año. Ahora sueña con "acabar currando en Alemania", país que ya conoce. Su caso es una excepción, ya que tener empleo legal en Ceuta no garantiza a un extranjero la residencia. Algo más fácil lo tienen los españoles en Gibraltar, ya que tienen que acreditar la posesión de un contrato estable y un domicilio en el que empadronarse. Se estima que son unos 1.000 los residentes en el Peñón. En este caso, no son muchos los españoles interesados en cambiar su residencia a una ciudad pequeña y en la que el nivel de vida es más elevado que en su país.

Actualidad Laboral / Con información de El País