La situación monetaria en Venezuela se ha convertido en un dramático disparate cuyo avance en el tiempo ha empezado a provocar daños mayores, de esos que no se resuelven con una sola medida económica, ni drástica ni mesurada.
Las consecuencias de los controles sostenidos a lo largo de tanto tiempo derivan ya en una irrealidad económica y social que nos ubica en el paradójico sitio del que salir duele y el quedarse también.
Las consecuencias (que sabemos que no son causas) visibles; colas, inflación, escasez, contrabando exacerbado y “bachaqueo” son solo una primera impresión de lo sucedido. De la afectación a nivel institucional y moral apenas se tiene una idea y su reconstrucción será tan difícil como la del tejido económico productivo.
En el trabajo transformador confluyen todas estas dimensiones: la situación económica y en especial la monetaria (ya que suele ser la principal fuente de ingresos de las familias) y un profundo sentido de los valores, si es que acaso el trabajo no es ya dignificante y hasta un valor en sí mismo. El desarrollo del trabajo en el tiempo implica una larga serie condiciones de muy alto aprecio para la sociedad.
Hoy escuchamos cosas tales como que un maestro (“o maestra”) puede disponer de un día de trabajo para dedicarse a ventas informales que le reportarían ingresos iguales a los de todo un mes en su trabajo formal. Escuchamos que en las fronteras el mejor negocio es comprar la otra moneda, luego traducirlo en bienes absurdamente subsidiados y llevarlos al otro lado de la misma para ofrecerlos a valor de mercado. Un maestro cumple una función social y de valores fundamental para la sociedad pero no recibe ningún incentivo para permanecer, crecer y desarrollarse en esta actividad, pero sí recibe claramente otro tipo de incentivos.
Sabemos desde siempre que los comerciantes pueden y saben producir buenos ingresos más rápido y mejor que el común de los mortales, pero aun así ser un buen trabajador no puede ser sinónimo de una muy mala decisión económica. Y el problema es que hoy no se remunera el conocimiento, el talento, la experiencia, el buen servicio, la dedicación ni la probidad.
Uno de los controles más deformantes es que se sostiene, al costo del sufrimiento y el padecer de toda una población, un diferencial inconmensurable entre el valor oficial del dólar estadounidense en bolívares y el valor de libre mercado. El propio gobierno incluso subasta algunos pocos de esos dólares en un sistema marginal de divisas y puede directamente comprobar que su cotización no es para nada cercana a la que tercamente se sostiene en la teoría, y digo en la teoría porque en la práctica simplemente no existe.
Los mercados han sido oscurecidos y controlados, y están agravando la situación laboral en Venezuela. El trabajo ya no persigue ser transformador y creativo porque el oficio de mercaderes, con el perdón de quienes lo son por naturaleza, es exponencialmente tan atractivo que todo tímido se atreve a vender y, lo más grave, abandona su propio desarrollo y su verdadero talento. La sociedad pierde así a tanta gente joven en todas las áreas.
La economía camina sobre un suelo falso y peligroso, se instaló sobre fantasías. Incentiva el simple cambio de manos, la asimetría y la deformidad. El gobierno literalmente oculta cifras y disfraza otras. La especulación se adueña de la escena y los trabajadores sin más remedio miran hacia ella. Se viaja para obtener divisas, se compran productos para obtener divisas y todo se orienta a obtener divisas. La economía local y el desarrollo pierden interés por completo y la respuesta son más controles sobre los controles y no el sincerar y hacer atractiva la economía y el desarrollo del país. El costo de oportunidad para ese desarrollo es enorme, en donde lo que más pesa es lo que se deja de hacer.
La otra parte de la historia no es más bonita. La gran mayoría de los trabajadores en Venezuela, que no pueden irse ni tienen acceso a unas divisas casi inexistentes, pueden valerse de la tecnología y algunas representaciones para ganar un poco mejor, en un afán de supervivencia. Otros países lo aprovechan para recibir bienes y servicios de buena calidad a un precio ridículo. Al final de la película la Venezuela soberana se convierte en una maquila ante tan grosera devaluación de la hora / hombre nuevo.
Rafael Ignacio Suárez / Sociólogo
@nacho_suarez