La jornada laboral de ocho horas fue creada durante la revolución industrial como un esfuerzo para reducir el número de horas de trabajo manual que los trabajadores se veían obligados a soportar en su puesto de trabajo. Este avance suponía una perspectiva más humana de trabajo hace 200 años, pero para nosotros hoy en día tiene poca relevancia.

Al igual que nuestros antecesores, nosotros debemos invertir ocho horas diarias trabajando durante largos y continados bloques de tiempo, con pocos, o incluso ningún descanso.

¡Diablos, la mayoría de la gente trabaja incluso durante su hora de comida!

Este planteamiento de trabajo tan anticuado, más que ayudar nos hace retroceder.

La mejor forma de estructurar el día

Un estudio reciente, llevado a cabo por Draugiem Group, empleaba una aplicación informática con la cual se hacía un seguimiento de los hábitos de los trabajadores. Lo que hace sobre todo esta aplicación es calcular el tiempo que emplean las personas en determinados asuntos y lo compara con sus niveles de productividad.

Durante el proceso de cálculo de esta actividad, se descubrió por casualidad un hecho fascinante: la duración de la jornada laboral no tiene mucha relevancia, lo que realmente importa es cómo se organiza el día. Fundamentalmente, quienes hacían breves y rigurosos descansos eran más productivos que aquellas personas que trabajan durante horas.

El ratio ideal de trabajo-descanso resultó ser de 52 minutos de trabajo seguidos de 17 minutos de descanso. Las personas que seguían este horario tenían un nivel de concentración único en el trabajo. Se dedicaban al 100% a la tarea que debían completar durante aproximadamente una hora. No entraban en Facebook ni se distraían con el correo electrónico. Cuando estaban cansados (sobre una hora después), tomaban breves descansos en los que desconectaban completamente del trabajo, lo que les permitía sumergirse de nuevo en una hora más de trabajo productivo.

El cerebro necesita una hora de trabajo y 15 minutos de descanso

Quienes han descubierto este ratio productivo arrasan con la competencia porque han reconocido una necesidad fundamental de la mente humana: el cerebro funciona por naturaleza con picos de energía (aproximadamente de una hora) seguido de descensos (que duran de 15 a 20 minutos).

A la mayoría de nosotros, estas subidas y bajadas de energía nos suponen un vaivén entre períodos de alta concentración y otros menos productivos, cuando estamos cansados y sucumbimos a las distracciones.

La mejor forma de vencer el agotamiento y las frustrantes distracciones es adoptar una actitud resolutiva durante el trabajo. En lugar de trabajar durante una hora o más y seguidamente tratar de luchar contra las distracciones y la fatiga, hay que tomar ese descenso de la productividad como una señal de que es hora de descansar.

Los verdaderos descansos se toman con más facilidad cuando se sabe que conducen a un día más productivo. Muchas veces dejamos que la fatiga se apodere porque seguimos trabajando con ella (mucho después de que hayamos perdido la energía y la concentración), y los descansos que tomamos no son interrupciones reales (revisar el correo electrónico y ver YouTube no cargan las pilas igual que dar un paseo).

Hay que abordar el día de trabajo

La jornada laboral de ocho horas puede funcionar si se interrumpe con intervalos de descanso estratégicos. Cuando se alinea la energía natural con el esfuerzo, las cosas comienzan a funcionar de forma más fluida. Aquí tenemos cuatro consejos que nos ayudarán a conseguir el ritmo perfecto.

Dividir el día en intervalos de una hora. De forma natural, nos proponemos el objetivo que necesitamos alcanzar al final del día, de la semana o del mes, pero somos mucho más eficaces cuando nos centramos en lo que podemos conseguir en el momento. Planificar el día en intervalos de aproximadamente una hora, permite algo más que conseguir el ritmo adecuado; simplifica las grandes tareas al dividirlas en piezas manejables. Siendo estrictos, se puede planificar el día en intervalos de 52 minutos, pero con intervalos de una hora funciona igual de bien.

Respetar las horas. La estrategia de intervalos funciona simplemente porque usamos nuestros niveles de máxima energía para alcanzar un estado de concentración extremadamente alto durante un período relativamente corto de tiempo. Cuando no cumplimos esa hora y enviamos mensajes de texto, revisamos el correo electrónico o entramos en Facebook, la estrategia fracasa.

Hacer un descanso real. En el estudio de Draugiem descubrieron que los trabajadores que hacían más descansos de los aconsejados como óptimos cada hora, eran más productivos que los que no hacían ninguno. De igual manera, aquellos que hacían descansos para relajarse, obtenían mejores resultados que los que no terminaban de desconectar del trabajo en sus “descansos”. Es esencial alejarse del ordenador, del móvil, y de la lista de tareas pendientes para aumentar la productividad. Descansos como dar un paseo, leer, y hablar son las formas más eficaces de cargar las pilas porque nos alejan del trabajo. En un día ajetreado puede parecer tentador lidiar con los e-mails o hacer llamadas durante los descansos, pero no es así, de manera que no hay que dejarse llevar por este pensamiento.

No debemos esperar hasta que el cuerpo nos pida un descanso. Si esperamos hasta estar cansados para parar, ya será demasiado tarde, habremos perdido la oportunidad de rendir al máximo en nuestra productividad. Si seguimos nuestro horario nos aseguramos los momentos más productivos posibles en el trabajo, y descansos durante periodos que, de otro modo, serían improductivos.

Hay que unirlo todo

Si dividimos el día en bloques de trabajo y descanso que coincidan con los niveles naturales de energía, nos sentiremos bien y conseguiremos días de trabajo más fluidos y un aumento en la productividad.

Actualidad Laboral / Con información de Insider Pro