Hace muchos años, tuve que dejar el trabajo por depresión. Tenía la baja médica y dije que estaba relacionada con la salud mental. Dos semanas más tarde, cuando estaba empezando a sentir que podía volver al trabajo, mis compañeros me invitaron a salir una noche. Me apetecía quedarme tirada en el sofá pero decidí acompañarles para ir recuperando mi rutina. Volví al trabajo al día siguiente y el encargado me echó la bronca delante de toda la oficina porque me habían visto salir mientras estaba de baja por enfermedad.

Ahora trabajo para una empresa muy distinta. También vivo con un trastorno bipolar. Y aunque normalmente estoy medicada, eso no quiere decir que esté bien siempre. El verano pasado mi psiquiatra sugirió cambiarme un poco la medicación para ayudar a mejorar mi estado de ánimo general. Tras pensarlo mucho, decidí probarlo. Durante más de ocho años he estado cambiando de medicamentos y sé lo fácil que es que una pequeña variación pueda suponer una espiral hacía arriba o hacia abajo o, en algunas ocasiones, ambas. Trabajé con mi encargado y nuestro equipo de recursos humanos (RRHH) para asegurarme de que estuvieran informados y pudieran proporcionarme apoyo a lo largo del proceso. Les expliqué los posibles efectos secundarios y creé unos borradores de emails para reasignar mis responsabilidades si de repente necesitaba faltar al trabajo.

Creí estar lo más preparada posible.

Lo que no hice fue avisar a mi equipo de mi cambio de medicación. Aunque todos los que están bajo mi supervisión saben que tengo un trastorno bipolar, no me sentí preparada para abrirme tanto, y ahora estoy reflexionando sobre ello.

Dejar de negar lo evidente

En 2009, un estudio anunció que aproximadamente una de cada cuatro personas se verá afectada por problemas de salud mental a lo largo de su vida. Una encuesta más reciente de 2014 afirma que uno de cada seis adultos en Reino Unido le podría ser diagnosticado un trastorno mental común. Esto quiere decir que muchos de nosotros tendremos que aprender a vivir con problemas mentales en el contexto del trabajo; sin embargo, casi ninguno se sentirá libre para hablar de estos problemas en la oficina o pedir apoyo a sus empleados o compañeros.

Las estadísticas de la Mental Health Foundation, una organización benéfica británica que estudia la salud mental, muestran que:

  • Casi un 15% de las personas sufren problemas mentales mientras trabajan.

  • Las mujeres que trabajan a tiempo completo tienen casi el doble de probabilidades de sufrir un problema común de salud mental que los hombres (19,8% frente al 10,9%).

  • El 12,7% de los días de bajas por enfermedad en el Reino Unido están relacionados con trastornos de salud mental.


Como miembro de una gran población activa afectada por problemas mentales, tengo la suerte de trabajar para una empresa increíblemente comprensiva, atenta y humana. Mis compañeros me apoyan por completo. Todos los que trabajamos en Olark (un proveedor de software de chat instantáneo) creemos en el valor de la empresa de “asume que los demás tienen buena fe”. Cuando necesito tiempo y espacio extra para centrarme en mis necesidades de salud mental, me lo puedo tomar sin temer a consecuencias negativas y sin que me hagan preguntas.

Desgraciadamente, muy poca gente tiene la misma suerte. Según “Mental Health and Work,” un informe en profundidad redactado por el Colegio Real de Psiquiatras de Reino Unido:

Muchos gestores de recursos humanos consideran que aquellos que han sufrido enfermedades mentales trabajarán peor y, como resultado, hay más probabilidades de que pidan ‘más información’ si un candidato revela tener este historial (Glozier, 1998). Aproximadamente la mitad de los empleadores no querría contratar a una persona con un diagnostico psiquiátrico (Manning y White, 1995) y dos tercios de los empleadores del sector privado y pequeñas y medianas empresas afirman nunca haberlo hecho conscientemente (Chartered Institute of Personnel and Development, 2007).

El informe explica que cuando consiguen encontrar un empelo, los trabajadores con problemas de salud mental suelen enfrentarse a este tipo de retos:

Las personas con problemas de salud mental a menudo declaran que se les han negado oportunidades de formación, promoción o traslado (Michalak et al., 2007). Los compañeros de trabajo tienden a ver la enfermedad mental como un fracaso personal (Herman y Smith, 1989) y muchos declaran sentirse incómodos trabajando con una persona que tenga problemas mentales, especialmente si no está bien en ese momento (Manning y White, 1995; Scheid, 2005).

Estas tendencias no son solamente malas para los empleados con problemas mentales, sino también para los reclutadores. Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en 2020 la depresión podría ser la segunda causa principal de discapacidad, superada solamente por algunos tipos de enfermedad cardíaca. Otros estudios de la Fundación de Salud Mental sugieren que un mayor entendimiento de la salud mental en el lugar de trabajo podría ahorrar a las empresas británicas hasta 8 mil millones de libras (unos 9 mil millones de euros) al año. Del mismo modo, un informe del gobierno británico afirma esto:

Para una empresa de 500 empleados, en la que todos los trabajadores se someten a una intervención para conocer su estado de salud mental, se estima que una inversión inicial de 40.000 libras (unos 45.000 euros) supondrá un ahorro de 347.722 libras (en torno a 393.000 euros), principalmente por una reducción del presencialismo (pérdida de productividad que ocurre porque un empleado trabaja estando enfermo) y absentismo (no acudir al trabajo por problemas de salud).

Esto supone multiplicar por ocho la inversión. Lo único que hay que hacer es romper el hielo, dejar de negar la evidencia y comenzar a hablar abiertamente sobre la salud mental en el lugar el trabajo aunque, como aprendí el verano pasado, no es tan fácil como parece.

“Simplemente sigue adelante”

He tomado la decisión consciente de no esconder mi trastorno bipolar. Junto con mi compañera de equipo, Madalyn Parker, he trabajado para normalizar los problemas de salud mental en nuestra empresa, Olark. Incluso participé en un documental de una hora de duración realizado en Gran Bretaña que muestra cómo es mi vida con un trastorno bipolar para concienciar a la gente sobre salud mental. Soy tan abierta como soy porque tengo experiencia de primera mano con líderes que no proporcionan un lugar seguro para hablar de salud mental, y ese no es el tipo de líder que quiero ser.

Sin embargo, cuando llegó el momento de hacer saber a mi equipo sobre mi cambio de medicación, me resistí. El cambio no fue fácil, pero aguanté y seguí trabajando. En parte, porque soy testaruda; en parte también porque mi ética laboral presbiteriana y mi complejo de culpabilidad son difíciles de parar; por otra parte, porque no quería dejar tirado a nadie y, por último, en parte, porque para mí el trabajo es una manera muy útil de obligar a mi mente a concentrarse.

Al principio, estaba encantada conmigo misma por haber conseguido seguir adelante, pero también empecé a sentir una inseguridad y unas dudas muy normales. Pasaba mucho tiempo pensado demasiado las cosas que decía y escribía, obsesionada con que la gente podía darse cuenta de que me sentía fatal o maníaca. No estaba totalmente presente en las reuniones y dejé pasar algunas cosas. Seguramente aumenté la carga de trabajo de las personas a mi alrededor sin darme cuenta. No contárselo a la gente no fue en ningún caso la mejor opción.

Cuesta mucho acabar con las viejas costumbres

¿Por qué no se lo conté a mi equipo? La pregunta abre la caja de Pandora. Las respuestas son reacciones instintivas relacionadas con miedos y “quizás”:

  • Miedo a ser vista como una líder débil.

  • Miedo a que si la gente lo supiera, podría interpretar ciertas sobre mis decisiones (“debe ser por su medicación”).

  • Miedo a que en el futuro la gente pueda ver mi capacidad de realizar tareas, de manejar el estrés y de tomar decisiones difíciles de otra manera (“¿está estable ahora mismo para hacer esto?”).

  • Miedo a ser juzgada por mi condición de salud, a pesar de años de campañas, sinceridad y apoyo a la causa.

  • Miedo a dejar tirada a la gente o a que perciban que he dejado en la estacada a alguien.


Todos esos miedos venían de una falta de confianza en mis propias capacidades y en cómo percibían otros mi capacidad para hacer mi trabajo. Mi imagen personal dejó de estar basada en cosas reales como datos, mi historial o el feedback que recibía. Me estaba basando en percepciones, no hechos; en una percepción creada. Era como si estuviera mirándome en uno de esos espejos distorsionadores, reflejándome en un pasillo interminable, preocupándome constantemente de mi visión de la percepción de otra persona sobre mí.

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Pero la mayoría de las percepciones se basan en la realidad, y con esta ocurría lo mismo. En este caso, estaba relacionada con la experiencia con la que comencé mi historia, sobre el encargado que no me dio el apoyo que necesitaba. Aquello ocurrió a principios del 2000, en un ambiente en el que casi no se hablaba sobre salud mental y donde trabajábamos durante muchas horas. Yo creía que el trabajo no era un lugar seguro en el que pudiera abrirme sobre la salud mental, y la situación avivó mi miedo a que mi depresión supusiera una debilidad, una fuente de fracaso, así que la convertí en un secreto que debía guardar muy bien.

Me llevó mucho tiempo volver a hablar sobre salud mental en un ambiente laboral. Y no estaba sola. Según el informe del “Mental Health and Work“ citado arriba:

Un tercio de los empleadores no creería la información de una baja por enfermedad de un empleado con un problema de salud mental (Manning and White, 1995) y, en comparación con los problemas “físicos”, los empleados que vuelven después de un periodo de baja por razones “psiquiátricas” tienen más probabilidades de ser cuestionados, degradados o asignados a puestos bajo mayor supervisión. Varios han sido despedidos (Michalak et al., 2007) y un estudio afirma que el 6,3% de los trabajadores con un trastorno grave de salud mental declaró que se les despidió, cesó o pidió que dimitieran (Baldwin y Marcus, 2006). Es normal que las personas con problemas de salud mental puedan estar preocupadas por cómo va a percibirse el hecho de solicitar una baja y ,como resultado, siguen trabajando y a veces acaban más enfermos.

Reflexionando sobre mi experiencia muchos años más tarde, he observado que fue el punto de partida para darme cuenta de que podía existir otra manera de ser un líder, una manera más empática. Sin embargo, cuesta dejar atrás viejas costumbres. Como nueva directora en Olark, con una gran falta de confianza en mí misma y en mis capacidades y miedo a ser vista como un fracaso, volví al comportamiento que ya tenía aprendido.

Próximos pasos

Como líder, quiero que mi equipo sienta que puede venir a mí y hablarme de cualquier cosa que esté afectando o pueda afectarles a ellos o a su trabajo. Necesito que sepan que es un espacio seguro y que lo que compartan no afectará mi percepción sobre ellos.

Depende totalmente de cada individuo decidir qué comparten y cuándo. Esto ocurre para todos los miembros de mi equipo y para cualquiera que esté leyendo esto, independientemente de su cargo profesional o situación personal. Pero para mí, en este ambiente de trabajo concreto, sé que tengo que ser el ejemplo de la transparencia y la confianza. Tengo que abandonar la percepción falsa que yo misma he creado.

En el futuro:

  • Me permitiré tomarme el tiempo de baja que dejaría a cualquier miembro de mi equipo.

  • Avisaré a mi equipo de que puede que tenga que coger una baja inesperadamente y les informaré de quién me sustituirá.

  • Contaré a todos el porqué.


Sé que esto no será fácil, pero estoy más segura que nunca de que merece la pena. Espero que mi historia inspire a otras líderes a conquistar sus propios retos. Todos somos seres humanos y cuanto más podamos aceptar este hecho y ser sinceros sobre nuestros altibajos, más respeto y confianza promoveremos en nuestro lugar de trabajo.

Actualidad Laboral / Con información de HBR / Rhoda Meek