Como cada año, la jornada del 8 de marzo se convierte en el epicentro de la lucha feminista dentro de multitud de calendarios. Visibilidad, reivindicación y protesta marcan una jornada (actualmente varias, de hecho) con un gran calado para la mejora de las condiciones laborales y, por tanto, vitales, de millones de mujeres en todo el mundo.


Muchos de los mensajes que oiremos estos días tendrán que ver con lo que se considera machismo estructural, heteropatriarcado y demás etiquetas “macro”. No obstante, conviene poner también el foco en lo concreto para que se entienda mejor a qué aluden los grandes conceptos.


Por eso, el equipo de psicólogos de ifeel, expertos en bienestar laboral y en acompañar a las empresas en el cuidado emocional de sus empleados, ha elaborado una lista con los 10 ejemplos de machismo que más se repiten en el ámbito del trabajo y que impactan a diario sobre la salud de las trabajadoras.


Acantilado de cristal


Se trata del fenómeno según el cual las mujeres acceden a puestos de gran responsabilidad en un momento de crisis grave de la empresa en cuestión. Se les da así la oportunidad de ascender, pero solo cuando la situación es muy mala y hay pocos candidatos a asumir esa responsabilidad. De este modo, dada la alta probabilidad que hay de que fracasen en su misión, si esto sucede se confirma que las mujeres no son buenas para puestos altos y mucho menos en momentos de gran crisis.


Techo de cristal


Este fenómeno está ampliamente estudiado. Describe cómo, a pesar de no haber trabas legales para ello, en la práctica las mujeres encuentran muchas dificultades para ascender profesionalmente porque el sistema siempre encuentra algún motivo para priorizar a los varones para esa promoción. Así, ellas ven a dónde podrían llegar pero nunca llegan.


Mansplaining


Lo ejercen aquellos hombres que piensan que las mujeres no están preparadas para entender a la primera algunos asuntos, o no las consideran personas adultas y perspicaces, especialmente si son jóvenes. Esto los lleva a lo que se conoce como “mansplaining”, una actitud paternalista y condescendiente del hombre hacia la mujer al darle una explicación sobre un determinado asunto, peor todavía si se hace delante de otros compañeros o superiores. Esta conducta daña su reputación como trabajadora, dando a entender que hay que “protegerla” de ciertas complejidades.


Discriminación en los procesos de selección


Actualmente se sigue percibiendo a muchas mujeres como peores candidatas por prejuicios sobre su carácter o sobre cuánto rendimiento les restará la familia que tienen o la que formarán. Esto hace que las empresas dejen de incorporar talento femenino y afecta a la autoestima y al estado de ánimo de muchas mujeres que se postulan a un puesto: se perciben como menos válidas, sienten que tienen que contestar a preguntas invasivas o sortearlas para poder convencer de su solvencia.


Doble jornada


Hay labores de atención a familiares y de gestión doméstica que tienden a recaer con mayor intensidad sobre las mujeres que sobre los hombres. Esto dificulta a muchas mujeres la conciliación entre la vida dentro del trabajo y la vida fuera, aumentando su nivel de estrés y haciendo que se sientan “utilizadas”. Cada familia se organiza como puede, pero no conviene llevar a casa el machismo en el trabajo sino cuidar los equilibrios, haciendo valer el tiempo propio al mismo nivel que el de los demás y defendiendo una corresponsabilidad que evite sobrecargas físicas y psicológicas.


Brecha salarial de género


Está comprobado que muchas mujeres tienden a cobrar menos dinero que sus compañeros varones por el mismo trabajo. Al final, el machismo en el trabajo fortalece en ellas la creencia de que su trabajo no vale tanto como pensaban, o sí pero no tiene sentido reivindicarlo. Aparecen entonces la frustración e insatisfacción o, como “venganza”, el no ofrecer un rendimiento óptimo (por no sentirse bien pagadas). Esto al final se vuelve en su contra, porque perjudica a su imagen y no ofrece motivos para pagarles más.


Inhibir la participación femenina


Participar no siempre es fácil, especialmente si se pertenece a una minoría. Esto puede pasarles a algunas mujeres en entornos donde la mayoría o todos los compañeros son hombres. Ser la única mujer en la sala no es, per se, un ejemplo de machismo en el trabajo, pero establecer un clima laboral de masculinidad avasalladora sí lo es. En esos casos ellas pueden sentirse invisibilizadas, anticipar que no serán tenidas en cuenta o presuponer que sus ideas no son valiosas y no vale la pena esforzarse por exponerlas.


Sustraer reconocimiento


Junto con acallar la participación o infantilizar a la persona, otra forma de restar valor a las empleadas puede consistir, precisamente, en eso: no dar valor, no reforzar, no felicitar, dar por hechos los logros y no señalar los méritos, de manera que la figura femenina no destaque por encima del resto. Obviamente, no es una táctica útil a nivel de liderazgo ni promueve el rendimiento y bienestar de esas trabajadoras.


Acoso sexual en el trabajo


Es un abuso a través de manifestaciones verbales o físicas de carácter sexual que intimidan, denigran o presionan a la mujer que lo sufre. Estas situaciones generan mucha ansiedad, hacen que el espacio de trabajo no sea un lugar seguro física ni emocionalmente y afectan al bienestar de la persona y a su compromiso con la empresa.


Maternalización


De la misma manera que a veces se infantiliza o minusvalora la figura de las empleadas, sobre todo de aquellas que son más jóvenes, puede darse un fenómeno complementario, por ejemplo con aquellas que tengan más edad: infantilizarse delante de ellas buscando que ejerzan un rol de cuidadoras, proveedoras de afecto o solucionadoras de problemas. El matiz está en que no se hace desde la reciprocidad o desde una necesidad obejtiva, sino desde la perspectiva de que hay ciertas cosas que “una mujer sabe hacer mejor” y por eso “nos apoyamos en ellas” desde una perspectiva no del todo profesional.


Actualidad Laboral / Con información de Equipos y Talento