El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el cual lleva tiempo siendo un saco de boxeo para el presidente Donald Trump, se estará acercando al colapso en las reuniones para la cuarta ronda de negociaciones.
En las últimas semanas, aseguran los negociadores de México y Canadá, la Casa Blanca de Trump se ha enfrentado con las empresas estadounidenses que respaldan el TLCAN y ha presionado para que haya cambios drásticos que son imposibles de cumplir. Mientras tanto, Trump ha seguido con las amenazas de retirar a Estados Unidos del acuerdo comercial, al que ha calificado como el peor de la historia.
“Si lo vamos a hacer bien, yo creo que el TLCAN debe terminar. De otra manera, no creo que se pueda negociar un buen acuerdo”, afirmó Trump en una entrevista con Forbes que se publicó el 10 de octubre.
“Es posible que no alcancemos un acuerdo y es posible que lo hagamos”, dijo Trump después de una reunión con el primer ministro canadiense Justin Trudeau. “Entonces veremos qué pasa con el TLCAN”.
El fin del acuerdo comercial de 1994 enviaría ondas sísmicas por toda la economía global, pues provocaría un daño económico mucho más allá de México, Canadá y Estados Unidos, e impactaría a varias industrias: desde la manufacturera hasta la energética, pasando por la agrícola. Al menos en el corto plazo, también sembraría el caos en las empresas —incluidas las de la industria automotriz— que han organizado sus cadenas de suministro en América del Norte alrededor de los términos del acuerdo, lo que provocaría una disminución del crecimiento y el aumento del desempleo.
La reacción en cadena también podría obstaculizar otros aspectos de la agenda presidencial estadounidense; por ejemplo, solidificar la oposición política entre los republicanos de estados agrícolas que apoyan el pacto, lo cual pondría en peligro prioridades legislativas como la reforma fiscal. Además, podría tener consecuencias políticas de mayor alcance, desde las elecciones generales de México en julio de 2018 hasta la propia reelección de Trump hacia 2020.
El medio empresarial se ha atemorizado pues cada vez hay más posibilidades de que desaparezca el acuerdo comercial. El lunes, más de 310 cámaras de comercio estatales y locales enviaron una carta a la Casa Blanca en la que la exhortaban a permanecer en el TLCAN. El martes, desde México, Tom Donohue, el presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, afirmó que las negociaciones habían “alcanzado un momento crítico, y la Cámara de Comercio no tiene otra opción más que tocar las campanas de alarma”.
“Permítanme ser contundente y directo. Todavía hay sobre la mesa varias propuestas que son ‘veneno puro’ y que podrían hundir todo el acuerdo”, señaló Donohue.
Si el acuerdo sucumbe, Estados Unidos, Canadá y México volverían a tarifas arancelarias promedio, las cuales son relativamente bajas: apenas unos puntos porcentuales en la mayoría de los casos. Sin embargo, varios productos agrícolas enfrentarían aranceles mucho más altos. Para enviar sus productos a México, los agricultores estadounidenses tendrían que pagar 25 por ciento de impuestos por la carne de res; 45 por ciento por el pavo y algunos productos lácteos, y 75 por ciento por el pollo, las papas y el jarabe de maíz de alta fructosa.
Durante meses, algunos de los líderes empresariales más poderosos de los países involurados —y los cabilderos y políticos que los representan— habían esperado que la retórica del presidente estadounidense fuera más una táctica de negociación que una amenaza verdadera y pensaban que al final aceptaría su agenda de modernización. El TLCAN tiene casi un cuarto de siglo de vida y la gente de todo el espectro político asegura que debería actualizarse para el siglo XXI y preservar el sistema de libre comercio que ha vinculado la economía de Norteamérica.
El pacto ha permitido que las industrias reorganicen sus cadenas de suministro en toda la región para aprovechar los recursos y fortalezas distintivas de los tres países, lo cual estimuló las economías del área y generó un incremento de más del triple en el comercio de Estados Unidos con Canadá y México desde sus inicios. Los economistas sostienen que estos cambios han beneficiado a muchos trabajadores ofreciéndoles salarios más altos y más empleos, pero muchos trabajadores quedaron sin empleo cuando las fábricas se reubicaron en México o Canadá, y esto provocó que el TLCAN se volviera el blanco de ataque de sindicatos, muchos demócratas y algunas industrias.
No obstante, la mayoría de los líderes empresariales mantenían la esperanza de que Trump, quien ha criticado el TLCAN de forma constante, quedaría satisfecho con supervisar modificaciones para modernizar el acuerdo y después proclamar el resultado como una “transformación política”.
Hubo ocasiones en que parecía que así iba a ser. El nombramiento de Robert Lighthizer como representante comercial de Estados Unidos, quien en su audiencia de confirmación prometió que “no dañaría” el TLCAN, reconfortó a muchos en el Capitolio, donde Lighthizer trabajó durante mucho tiempo. Y cuando la administración divulgó sus metas de negociación para el acuerdo en julio, hicieron eco muchas de las prioridades de administraciones pasadas.
Con todo, después de ocho semanas de conversaciones sobre el acuerdo —las cuales en un inicio iban a concluir a finales de año—, la administración Trump continúa presionando para que se hagan concesiones que en esencia socavarían el pacto, según advierten los círculos empresariales, y que pocos observadores creen que Canadá y México podrían aceptar políticamente.
“Todos saben que una gran parte de lo que se está proponiendo en áreas clave es en realidad imposible de lograr, lo cual genera la siguiente pregunta: ¿qué está intentando obtener la administración de Trump exactamente?”, mencionó en un correo electrónico Michael Camunez, quien fue asistente del secretario de Comercio de Estados Unidos durante la presidencia de Obama. No es descabellado pensar que al admitir las posturas más extremas del presidente, los negociadores estadounidenses estén “simplemente dando espacio a Trump para que haga lo que en verdad quiere hacer: retirarse del acuerdo”, afirmó Camunez.
Phil Levy, quien fue asesor comercial durante el mandato de George W. Bush, señaló que lo más probable es que el presidente Trump esté buscando un pretexto para eliminar el TLCAN.
“Encuentren el último acuerdo comercial que haya aprobado Estados Unidos con la Cámara de Comercio en contra”, desafió Levy. “No lo hallarán. Ya es bastante difícil con la Cámara a favor”.
Las propuestas más controvertidas de la administración, las cuales presentó el secretario de Comercio, Wilbur Ross, incorporarían una cláusula de suspensión al acuerdo, lo cual provocaría que el TLCAN expirara de forma automática a menos que los tres países votaran periódicamente por mantenerlo. Esta disposición ha provocado una condena temprana del medio empresarial, el cual argumenta que establecería tanta incertidumbre en el futuro del TLCAN que, en esencia, anularía el acuerdo comercial.
Otra iniciativa polémica de Estados Unidos se centra en cambiar las reglas del TLCAN que rigen qué porcentaje de un producto debe haberse fabricado en Estados Unidos para poderse comercializar libre de impuestos en los países que integran el tratado. La administración de Trump está presionando para que el porcentaje sea mayor, incluyendo el requisito de que se fabrique el 85 por ciento del valor de los automóviles y de las autopartes en Estados Unidos —en contraste con el 62,5 por ciento actual— y un requisito adicional de que el 50 por ciento del valor provenga de ese país.
Esto ha confrontado a algunas de las empresas de autos más importantes del mundo con la Casa Blanca. Los representantes de la industria afirman que semejantes barreras tan altas y complejas podrían disuadir por completo a las empresas de fabricar en Estados Unidos.
El gobierno estadounidense también ha propuesto límites sobre la cantidad de contratos a nivel federal que pueden ganar las empresas mexicanas y canadienses, así como cambios drásticos en la manera en que se resuelven las disputas en el TLCAN.
Los grupos comerciales aseguran que se oponen firmemente a la iniciativa que propone Estados Unidos de restringir una cláusula llamada “solución de diferencias inversionista-Estado”, la cual permite a las empresas demandar a Canadá, México y Estados Unidos por tratos injustos en el TLCAN. Mientras tanto, Canadá ha señalado que no considerará prescindir de otra cláusula, el capítulo 19 del TLCAN, el cual permite a los países desafiar las decisiones de cualquiera de las otras naciones respecto del derecho contra la competencia desleal y los derechos compensatorios ante un pánel independiente.
En sus declaraciones del martes, Donohue dijo que los cambios que proponía la administración a estas cláusulas eran “innecesarios e inaceptables”.
Donohue hizo estos comentarios después de un intenso intercambio de palabras que tuvo lugar el viernes entre la Cámara de Comercio, el grupo de presión empresarial más poderoso de Estados Unidos, y la administración de Trump.
El 6 de octubre, John Murphy, vicepresidente sénior de política internacional de la Cámara de Comercio, señaló que las propuestas de la administración “no tenían una base que las apoyara”, y que habían detonado “un grado sorprendente de unidad en su rechazo”. Agregó que los círculos empresariales tal vez nunca habían estado en desacuerdo en tantos frentes con una administración respecto de una negociación comercial.
Unas horas más tarde, la Casa Blanca contratacó.
“El presidente ha sido claro en que el TLCAN ha sido un desastre para muchos estadounidenses y en que para lograr sus objetivos se requieren cambios sustanciales”, mencionó Emily Davis, vocera de la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos, encabezada por Lighthizer. “Por supuesto que estos cambios generarán oposición de los cabilderos en Washington y las asociaciones comerciales. Siempre hemos sabido que secar el pantano sería controvertido para Washington”.
Mientras algunos de los congresistas republicanos más poderosos guardaron silencio, sindicatos como AFL-CIO y United Steelworkers, al igual que algunos demócratas, emitieron mensajes de apoyo.
“Cualquier propuesta comercial que ponga nerviosos a los corporativos multinacionales es una buena señal de que apunta hacia la dirección correcta para los trabajadores”, señaló Sherrod Brown, senador demócrata por Ohio.
Trump es famoso por adoptar una postura fuerte al momento de negociar y los analistas señalaron que la administración tal vez considera que sus ambiciosas solicitudes iniciales son una manera de ganar más influencia en las negociaciones del TLCAN.
Sin embargo, Murphy y otros miembros del medio empresarial advirtieron que lo más probable era que ese tipo de estrategia estuviera destinada al fracaso. Trump es impopular tanto en Canadá como en México, y ceder antes sus demandas podría acarrear consecuencias devastadoras para los políticos locales. Los funcionarios del gobierno mexicano han dicho en repetidas ocasiones que no van a negociar con una pistola en la cabeza.
“Hay un viejo adagio en el mundo de las negociaciones: nunca tomes de rehén a alguien a quien no le dispararías”, sentenció Murphy.
Actualidad Laboral / Con información de The New York Times