Es época de cambios. Año nuevo, vida nueva y todas esas cosas... Y uno de los grandes acontecimientos es llegar a un nuevo trabajo. Cuidado con las expectativas. No se trata de anular tu motivación, ni tus ganas de empezar, pero hay cosas que no debes esperar para evitar la frustración profesional.
Lo primero que has de tener en cuenta es que por mucho que te haya costado encontrar un empleo, y por dura que haya sido la búsqueda, acceder a un puesto no es el final del camino. Podría decirse que es aquí donde empiezan los desafíos que tendrás que superar para mantener el puesto y para no estancarte.
Expectativas
No idealices las expectativas. Cualquier empleo tiene una cara amable y una cruz mucho más tediosa. No diseñes tu puesto haciéndote una composición de lugar que difiera de la realidad. En un proceso de cambio solemos hacer una interpretación demasiado positiva del nuevo trabajo. Al cambiar o empezar en uno distinto, no cometas el error de contar sólo con información asimétrica y no conocer todo sobre la nueva empresa.
Quién da la felicidad...
Suele decirse que no es la compañía la que debe buscar la felicidad de los empleados. No esperes pues que la satisfacción en el trabajo dependa exclusivamente de la empresa a la que llegas. Ninguna organización que trate de hacer feliz a sus empleados lo puede conseguir de forma efectiva. Se trata de una misión casi imposible que requiere demasiada energía y que apenas logra un impacto limitado. Es una tarea de cada uno que ha de trasladarse al entorno de trabajo. Ten en cuenta que tu organización debe poner los medios para que los profesionales que allí trabajáis seáis capaces de poner en marcha todo vuestro potencial.
No hay trabajo ideal...
Olvídate de la obsesión por el trabajo perfecto. No pierdas tiempo ni gastes fuerzas en quejas... El puesto ideal no existe, y tampoco la empresa perfecta. La frustración llega si te obsesionas por vivir en un paraíso profesional irreal.
Puedes aplicar una prueba del algodón diseñada para esto: Analiza si en tu nueva empresa te respetan y si te sientes valorado. Comprueba que sigues aprendiendo. Y revisa que lo que haces en tu actual trabajo está alineado con el sentido de tu vida. Si la respuesta es "si" a todo, ni te plantees la posibilidad de irte.
El engagement no se compra con dinero, porque el de verdad, que es sostenible y duradero en situaciones difíciles es el que se estimula cuando las personas creen en su empresa y en su marca, y cuando la compañía confía también en ellos. Es necesario que haya bidireccionalidad y los profesionales sientan que se confía en ellos, dándoles responsabilidad e implicándoles en las decisiones.
...Ni jefe perfecto
Tampoco te obsesiones por el jefe perfecto... No existe. Lo primero es aprender cómo soportar a quien te hace la vida imposible o es tóxico para la organización.
Debes tener presente que, a corto plazo, un mando tóxico te lleva a salir fortalecido de una situación complicada, y cuando hayas aprendido a sobrevivir podrás encontrar otros alicientes en la relación diaria con ese superior que te hace la vida un poco más difícil cada día.
Aunque no lo creas, un mal jefe puede proporcionarte ventajas profesionales que evitarán que caigas en la frustración más absoluta: Para empezar, puedes aprender a cuidar tu autoestima, haciendo ver que vales más que el papel que te hace representar ese mal mando.
Un mando tóxico puede hacer que te replantees tu vida, porque invita a la introspección y a descubrir tus fortalezas y debilidades. Además, reafirma tus valores, porque si tu superior actúa con antivalores es necesario que mantengamos los propios.
El éxito caduca
No se te ocurra plantearte que el éxito profesional que puedes alcanzar en tu organización va a ser eterno. Algunos ponen un límite temporal al intervalo de un proyecto en el que te puedes mantener motivado y en alza: entre tres, cinco y siete años. Por eso, plantéate cuánto tiempo serás capaz de estirar la época de triunfos y grandes logros profesionales que te convierten en un profesional de alto rendimiento. Todo eso se acabará algún día. Y tu nueva situación quizá no sea aceptada por tu compañía.
No eres imprescindible
Otra obsesión peligrosa, que te llevará directo a la frustración profesional, es empeñarte en la idea de qué debes hacer para dejar de ser prescindible. No eres insustituible. Y debes superarlo.
Quienes no terminan de aceptar que todo puede funcionar, incluso cuando ellos no están, suelen sufrir mucho.
Calcula el cociente entre los problemas que te llegan y los que resuelves. Analiza si te dedicas al micromanagement y a un perfeccionismo exagerado, o al detalle absurdo.
Comprueba si tiendes a cambiar de prioridades con frecuencia y si eres de los que siempre están muy ocupados, continuamente desbordado... Este tipo de profesional prospera en organizaciones que consideran rentable el presentismo y crean falsos imprescindibles que tienden a estar, antes que a hacer algo productivo. Se trata de una hiperactividad que habitualmente se identifica con la multitarea y que lleva a invertir la jornada laboral en actividades inútiles sin valor.
Integración
Quizá la frustración venga de la evidencia de que tu compañía pretende de ti una disponibilidad de 24 horas y porque su injerencia en tu esfera privada va en aumento.
Recuerda que en el nuevo escenario laboral que implica exigencias de tiempo y dedicación casi absolutas, hace falta una gestión específica por tu parte que no tiene que ver con los presupuestos tradicionales de conciliación habituales en muchas empresas. Todo eso está obsoleto, y frente al equilibrio entre vida profesional y personal, hay quien habla de la necesidad de integración. Tú decides sobre esa disponibilidad permanente como una elección de trabajo, nunca como una obligación.
Actualidad Laboral / Con información de Expansión