El escritor cubano Ernesto Pérez Chang señala que la pirámide salarial en Cuba más que invertida está deformada por muchos factores de orden político más que económico. En este artículo explica cómo es la remuneración en la isla según el oficio que se desempeña y concluye que los profesionales son los menos favorecidos por las escalas de salarios en el país.
La joven Yania es etiquetadora en una “mini-industria” de alimentos en conservas y su salario promedio mensual es de 700 pesos que, al cambio actual, serían unos 28 dólares. Su única responsabilidad es untar adhesivo a una etiqueta y estamparla en un envase, nada más.
En la misma empresa hay obreros y obreras que suelen ganar mucho más que ella. Tamara, por ejemplo, es procesadora y se va a su casa todos los meses con no menos de 4 mil pesos, el equivalente a unos 160 dólares, por seleccionar los productos o trocearlos o ponerlos a cocer. Son labores un poco más complicadas pero igual de simples, como la que realiza René, enlatador, quien ha llegado a ganar hasta 150 dólares mensuales por llenar latas, sellarlas o estibarlas, depende de lo que le toque hacer en la jornada.
Ninguna de las tres tareas es complicada, mucho menos riesgosa y, aunque pudieran ser agotadoras, como lo sería cualquier otro oficio manual o intelectual, son operaciones mecánicas que no demandan demasiada preparación, tan solo algo de maña y agilidad que se adquieren con tiempo y monotonía.
Muy cerca de la fábrica enlatadora hay una escuela y un policlínico donde la realidad, en cuanto a salarios, es otra.
Gretel, por ejemplo, es una enfermera cuyo salario mensual apenas supera los 25 dólares, a pesar de que está obligada, además de a trabajar ocho horas diarias, a hacer dos guardias a la semana, cada una de 24 horas, porque buena parte del personal de salud se encuentra laborando en el extranjero bajo contratos abusivos donde cerca del 80 por ciento del pago se lo queda el gobierno cubano. Aun así, ganan un salario decoroso en comparación con lo que devengan en Cuba.
De modo que Gretel, que carga sobre sus hombros una gran responsabilidad, ni siquiera logra ganar un dólar diario por atender a un promedio de 2 mil pacientes al mes.
Su situación es muy similar a la de una excelente cardióloga que brinda consultas en el mismo policlínico y que solo cobra un salario fijo mensual cercano a los 60 dólares, sin otros beneficios pues, para trasladarse de un lugar a otro, del hospital provincial a las consultas externas, que suman una decena a la semana, o desde su casa a la Facultad de Ciencias Médicas donde imparte docencia, está obligada a usar el transporte público, cuyos servicios cada día empeoran a un ritmo similar en que decae la economía del país.
No obstante, la enfermera y la doctora se encuentran en una situación menos grave que cualquier maestro o maestra de escuela, incluso que la de un profesor universitario ya sea adjunto, auxiliar o titular.
Muy pocos de estos profesionales jamás han visto ni verán en mucho tiempo un salario que rebase los 30 dólares mensuales, a no ser que doblen empleo como repasadores particulares, redactores “negros” de las tesis de sus propios estudiantes o ya, en el caso de los vinculados a las humanidades, como editores, correctores, asesores en editoriales estatales (las únicas permitidas) donde apenas sumarán a sus sueldos oficiales una suma similar, tal vez hasta inferior.
Los salarios del sector profesional estatal están entre los peores del mundo
Las cifras aceptadas por el Ministerio del Trabajo y Seguridad Social estiman en unos 30 mil los profesionales de alta calificación que, dentro de la isla, han migrado hacia el sector privado para ocupar puestos menores en busca de mejoras salariales.
La cifra, quizás un tanto conservadora, o cuidadosa para no promover el escándalo que significa, no tiene en cuenta a quienes han marchado al extranjero temporal o definitivamente en busca de alcanzar unas metas personales que, no importa lo moderadas que sean, resultarían irrealizables de mantenerse en Cuba.
También ignora la multitud de estudiantes que no tienen pensado permanecer en un empleo estatal después de transcurrido el servicio social y que incluso, sin haber terminado los estudios, ya comienzan a preparar el terreno para, como primera opción, desarrollar su vida fuera de Cuba o, como plan B, asumir un empleo ajeno a su preparación profesional, ya sea en lo privado o en lo estatal, en lo legal o en lo clandestino.
Sondeos realizados por la Unión de Jóvenes Comunistas en años recientes para el trabajo interno de la organización política y del Partido Comunista, han alarmado a los dirigentes cubanos quienes estarían obligados a elevar los salarios en menos de cinco años si desean retener, ya sea en el ámbito estatal o en el nacional, la fuerza de trabajo profesional que hoy preparan las universidades y escuelas tecnológicas.
Se advierte que en especialidades de las ciencias exactas y las humanidades, cerca de un 70 por ciento no tiene previsto permanecer en el puesto de trabajo que se le asigne después de graduado, así como más de la mitad aspira a continuar estudios fuera de Cuba sea para ampliar las posibilidades de conseguir un empleo en otro país o para usar las becas en el exterior como vía de escape.
Solo en las facultades de ciencias médicas se advierte una tendencia diferente debida a que las aspiraciones de los estudiantes después de graduarse se enfocan en resultar seleccionados para una “misión” en el extranjero, lo cual si bien significa aceptar un acuerdo de semiesclavitud, les permite obtener pagos superiores e incluso la opción de emigrar.
Un médico que no comercialice sus servicios en el extranjero, teniendo al gobierno cubano como mediador, apenas obtendrá, en su vida laboral calculada en 25 años, solo unos 12 mil dólares, una cifra que cualquier “colaborador de la salud”, incluso una enfermera, terapista o personal administrativo, pudiera alcanzar en apenas un par de años en Venezuela, Trinidad y Tobago o Nicaragua.
No obstante, 12 mil dólares es muchísimo menos de lo que suele ganar un taxista en La Habana tan solo en un año.
El chofer de un ómnibus rutero de cualquier cooperativa dobla fácilmente y hasta triplica esa suma en menos de ese tiempo, de ahí que se encuentre en estos momentos entre los empleos más demandados pero no tanto por lo que se hace de modo legal, que suele rendir lo suficiente, sino por lo que se “lucha por la izquierda” en el mercado negro de combustibles y piezas de repuesto.
Un criador de cerdos o un pequeño ganadero con fincas que no superan las 100 cabezas de ganado, con o sin contrato con el Estado, han fijado sus ganancias anuales sobre los 10 mil dólares, incluso más. Una cantidad que jamás sería superada por ninguno de los editores principales de cualquier periódico o revista de Cuba, quienes han debido conformarse durante décadas con salarios mensuales entre los 300 y los 470 pesos cubanos, es decir, entre los 12 y 18 dólares, de modo que ni en treinta años de trabajo obtendrían la relativa prosperidad del porquerizo o de la etiquetadora de la fábrica de conservas.
En ese enrarecido contexto económico, cada día crece el número de adolescentes y jóvenes que no le encuentran sentido a la preparación profesional por lo que abandonan la escuela después del noveno grado, incluso antes, para realizar labores como choferes, criadores de cerdos, finqueros, contrabandistas de mercancías importadas (mulas), revendedores, corredores de permutas, custodios en almacenes estatales, cuando no para “explorar” otros terrenos desde la ilegalidad o el crimen, mucho más peligrosos pero “prometedores” en cuanto a ganancias monetarias.
Oficios como los de carpintero, chapista, electricista, albañil o sastre están entre los más demandados por quienes colocan en una balanza, en un lado, la vocación y, en el otro, la necesidad de terminar con el hambre, la insalubridad, la falta de vivienda junto con el deseo de soñar y disfrutar los años de juventud.
No es que a un tornero, un enchapador, un mecánico automotriz, el Estado les pague más. Igual reciben de las empresas estatales salarios ínfimos que no superan los 15 dólares mensuales, pero el ejercicio independiente y muchas veces clandestino de estos trabajos suele rendir ganancias superiores al millón de pesos anuales. De hecho se han puesto de moda las celebraciones cuando algún “maceta” (dícese en Cuba de una persona adinerada) en determinado gremio alcanza tal cifra, una festividad que nombran la “Fiesta del Millón”, común entre transportistas privados, finqueros y artesanos.
Sin dudas la pirámide salarial está peligrosamente deformada más que invertida. La solución no es igualar ni disminuir salarios, ni frenar los incrementos en las empresas que pudieran hacerlo. Tampoco puede ser acorralar a la iniciativa privada o demonizar la acumulación de capital por parte de esta bajo el temor de que pudieran convertirse en fuerza política.
Si hubiera una solución al desastre, habría que ensayarla desde la cordura política y el desprejuicio ideológico, dejando a un lado la terquedad y teniendo en cuenta que no existe el buen país si este no es atractivo para quienes lo viven a diario, aunque esto pudiera molestar a quienes lo dirigen o lo visitan por placer o beneficio personal.
La experiencia profesional demasiado amarga de los mayores que son médicos, ingenieros, abogados y científicos pero que apenas logran llevar el pan a la mesa familiar, les indica a las nuevas generaciones la decisión a tomar. No siempre será la más acertada para un país que necesita cambios desde adentro pero recordemos que pocas veces se toman buenas decisiones en las encrucijadas.
Actualidad Laboral / Con información de Cubanet