“Cuando escribo todo lo que he hecho desde el comienzo de la pandemia (presenté y publiqué un libro; lancé un premio a los medios de comunicación, así como generé dos podcasts), me siento abrumada. Lo único más abrumador es que siento que no he hecho nada en absoluto”.


De esta manera describió la escritora Anna Codrea-Rado, un sentimiento con el que seguramente se identifican muchos trabajadores. “He empezado a pensar en esta relación poco saludable que tengo con mis logros profesionales como 'dismorfia de productividad'”.


La dismorfia de productividad se refiere a la incapacidad de ver el éxito propio. “Es como si me estuviera mirando en el espejo de mi vida profesional…Todo lo que veo es un fracaso”, advertía en ese texto, donde se pone sobre la mesa por primera vez el término.


Incluso hizo una pregunta en la red social X, en donde encontró que muchas personas tenían el mismo sentimiento que ella: perder el sentido de sus logros.


La dismorfia de la productividad es “el alter ego de la ambición: nos estimula a hacer más mientras nos roba la capacidad de saborear cualquier éxito que podamos encontrar en el camino”, refiere Anna Codrea-Rado.


Dismorfia de productividad, una ruta al agotamiento


Así como hay personas que tienen una percepción distorsionada de su cuerpo, conocida como dismorfia corporal, existen trabajadores que tienen una idea distorsionada de su productividad, continuamente consideran que su desempeño no es suficiente.


A este padecimiento se le conoce como dismorfia de la productividad y está estrechamente relacionado con el agotamiento, la ansiedad y el síndrome del impostor, indica Koro Cantabrana, directora del Instituto del Estrés.


Cuando un colaborador se encuentra de frente con la dismorfia de productividad repasa, una y otra vez, lo que ha hecho en su jornada laboral, y aunque se dé cuenta que son más cosas de las que recordaba, no es suficiente.


Esa sensación de insuficiencia lleva a que se autoexija más y más, es aquí donde aparece el agotamiento, lo que desencadena en frustración y, por lo tanto, ansiedad.


Esta búsqueda de la productividad, además de impulsar a hacer más, también conlleva que cualquier éxito que se tenga no sea disfrutado, “queremos producir más y más, y sentimos que no lo hacemos tan bien como podríamos hacerlo”, es aquí donde se agrega el ingrediente del síndrome del impostor.



Si bien, hoy existen algunas normas que ayudan a regular los riesgos psicosociales en el entorno la laboral, como la NOM-035, acompañado de esto debe venir un cambio de “chip” en las culturas organizacionales.


Este cambio se refiere a la visión que se tienen de quiénes son más productivos, y no necesariamente lo son quienes trabajan a deshoras o están siempre disponibles.


Las empresas deben hacer énfasis en modelos de planificación de tareas, flexibilidad horaria y pautas de descanso y compensación horaria o vacacional, afirman José Manuel Vicente Pardo y Araceli López-Guillén García, expertos en el estudio de la dismorfia de la productividad.


También es necesario formar al trabajador en las habilidades necesarias para reconocer el daño en salud mental y el adecuado manejo del trabajo y dedicación, refieren.


Eliminar prácticas organizacionales que conlleven a la prolongación extraordinaria de la jornada, abuso del teletrabajo, y sobrecarga desmedida de tareas y carga mental, son fundamentales para prevenir la dismorfia de la productividad, advierten.


Finalmente, indican los especialistas, es importante la intervención de profesionistas capacitados cuando ya se detectan a colaboradores con los síntomas de dismorfia de productividad, ya que los trastornos de comportamiento están tan interiorizados que el trabajador por sí mismo ya no puede salir solo, la consecuencia es que solo se va agotando más.


“El problema no es el comportamiento o conducta frente al trabajo hay que cambiar, sino saber cómo hacerlo y que un psicólogo ayude”, recomiendan.


Actualidad Laboral / Con información de El Economista