“La conciliación se analiza siempre desde una óptica social, pero es un tema pura y duramente económico”, dice Nuria Chinchilla, directora del Centro Internacional de Trabajo y Familia de IESE.
El estudio IFREI, realizado por este y otros organismos entre más de 5,500 personas de 45 países, pone cifras a su afirmación: las empresas que facilitan la conciliación son 10 puntos más productivas, reducen un 30% el absentismo y aumentan hasta en 50 puntos la satisfacción de los empleados, lo que reduce su rotación.
Pero no sólo las empresas salen beneficiadas, ya que varios estudios muestran también los efectos de la conciliación para la economía de un país: mejora hasta en 20 puntos la salud de los empleados, con el ahorro médico que eso supone; reduce las tasas de fracaso escolar; y aumenta el consumo (si salimos antes del trabajo compramos más) y la natalidad (los empleados y consumidores del futuro).
Vistas todas estas ventajas, cabría pensar que las compañías se han lanzado desaforadamente a implantar políticas de apoyo a la conciliación, pero nada más lejos de la realidad.
Si un 54% de los participantes en el estudio IFREI señalan que sus empresas tienen un entorno que dificulta la conciliación, la cifra aumenta hasta el 71% en España, donde más de un tercio de los trabajadores están de acuerdo con frases como “para prosperar, uno tiene que trabajar más de 50 horas a la semana” o las empresas “esperan que los empleados trabajen en casa por la noche y los fines de semana”.
La clave: sus jefes
¿Cómo conseguir cambiar esas percepciones? “Para que exista un cambio real, tiene que haber personas con poder que lo impongan, ya sea el Gobierno a través de medidas como el fin de la jornada laboral a una cierta hora -Rajoy ha prometido que acabará a las 18:00 horas si es reelegido- o directivos que apuesten claramente por cambiar los hábitos actuales y conviertan en regla lo que ahora es una excepción y está mal visto, salir antes del trabajo”, dice Nuria Chinchilla, que es partidaria de medidas como “cerrar la puerta o apagar la luz a partir de cierta hora”.
Joan Riera, profesor de Estrategia y Dirección General de Esade, apuesta en cambio “por un periodo de adaptación en el que el papel del líder es fundamental a la hora de acompañar a su equipo, fijando objetivos y prioridades, dando libertad, gestionando el tiempo y orientando al equipo a resultados”. En su opinión, los directivos tienen que ser conscientes de que “es sólo cuestión de tiempo que nuestro horario se adapte a la media universal. En un entorno tan global, es natural adoptar costumbres que nos permitan ganar flexibilidad”, señala.
Nuria Chinchilla alerta por su parte contra el estereotipo de jefe enemigo de la conciliación: el adicto al trabajo. “Tienen como hábito quedarse hasta las tantas en la oficina porque son personas que encuentran en el mundo laboral todo aquello que desean: dinero, reconocimiento, relaciones personales, formación…”.
Frente a estos directivos, a los que Joan Riera define como “ladrones de tiempo”, la experta de IESE destaca la importancia de ciertas políticas empresariales: “Hay compañías donde no se asciende a los jefes que dan mal ejemplo y salen todos los días tarde. Si tienes mucho trabajo, busca otro momento para hacerlo, pero si te quedas en la oficina estás obligando en cierta forma a que tu equipo haga lo mismo”.
Otras medidas más básicas serían adelantar y acortar el tiempo de la comida para compactar las ocho horas de trabajo o “repensar los sistemas retributivos para que se basen en el valor y la eficiencia” y no en el presentismo, dice Riera. Pero, ¿puede limitarse el cambio sólo a la empresa? Nuria Chinchilla cree que no: “Debe llevar aparejado un cambio social que afecte a cosas tan diversas como nuestro ocio, el horario de las televisiones o el de los colegios”.
Actualidad Laboral / Con información de Gestión Perú