El Diccionario Urbano, define la “Somalización” de un país como:
“La destrucción y violencia. Un estado extremo de confusión y desorden”, y diversos analistas alertan sobre el peligro de somalización que se cierne sobre Siria y, más recientemente Nigeria. Si alguien cree que en Venezuela no corremos el riesgo de caer por ese precipicio, entonces no está al tanto de lo que sucede a su alrededor.
El problema no es que en los últimos dos años hayamos caído a niveles inimaginables de colapso económico y social en un vano intento por continuar por una ruta de política económica a todas luces agotada e inviable. Más bien tiene que ver con el hecho que desde el Viernes Negro de 1983, durante 30 años los venezolanos nos hemos negado insistentemente, como sociedad, a reconocer que hay ciertas medidas inevitables que hay que tomar y mantener en el tiempo, y que estas tienen que ser producto de un profundo consenso político y social.
En escasas 10 semanas, el país enfrentará un evento electoral que por diversas razones está revestido de inmensa trascendencia. Es la primera vez que un proceso electoral se celebra a las puertas de una hiperinflación, también es la primera vez en tres lustros, que todas las mediciones de opinión indican un derrumbe con proporciones de deslave del apoyo popular a la clase gobernante. En países que han llegado a momentos similares, el resultado que se impone para impedir el descenso en la somalización es una cohabitación política entre los dos bloques enfrentados.
Esa cohabitación tiene que necesariamente empezar por la búsqueda de un acuerdo político para tomar con urgencia las medidas de ajuste económico que todos los analistas racionales, tanto de gobierno como oposición, tanto del sector empresarial como laboral nacional, y de los mercados e inversionistas internacionales consideran indispensables para devolverle a Venezuela los rasgos de un país viable a largo plazo.
El deterioro de las variables es de tal magnitud, que nuestro juicio sería una injusticia con el país si esas conversaciones y, lo más importante, el reconocimiento de una al otro que esas conversaciones implican, no se comiencen de inmediato, preparando el terreno para la toma de decisiones post diciembre 6 que reflejan la nueva realidad política.
Siempre hemos pensado que Venezuela tiene una gran capacidad de recuperación, pero se está llegando al punto en que los daños que causa el deterioro pueden ser irreversibles al menos en el futuro previsible. Si no lo creen pregúntenle a los infortunados somalíes.
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
@aconcheso