Los últimos datos sobre desempleo juvenil en América Latina y el Caribe son más alarmantes que de costumbre: la tasa regional alcanzó el nivel más alto desde que existen registros de este indicador a comienzos de los años 1990. Llegó al 19,5 por ciento, o dicho de otra manera, casi al 20 por ciento. Uno de cada 5 jóvenes.
Esto significa que hay poco más de 10 millones de jóvenes entre 15 y 24 años buscando trabajo activamente y no lo consiguen. En este momento, casi 40 por ciento de los desempleados son jóvenes.
Además, seis de cada 10 jóvenes que si están trabajando lo hacen en la informalidad. Y alrededor de un 20 por ciento del total no estudia ni trabaja.
Los llamados “ni-ni” son más de 20 millones, incluyendo a los desempleados que no estudian, a un número considerable de mujeres jóvenes que no logran entrar a la fuerza laboral, a menudo por estar dedicadas a tareas de cuidado que recaen sobre ellas en forma desproporcionada, y alrededor de 5 millones de jóvenes que forman un “núcleo duro”, es decir que no estudian, no trabajan, y no buscan empleo.
Aunque es posible que la tasa de desempleo regional baje levemente en los próximos dos años si se hacen realidad los pronósticos de mayor crecimiento económico, esa mejoría será muy leve para resolver los problemas del empleo juvenil.
La experiencia nos ha enseñado que en el ciclo económico los jóvenes son los primeros en ser despedidos cuando las cosas van mal y los últimos en ser recontratados cuando viene la recuperación.
Todo esto significa que América Latina y el Caribe no está aprovechando el llamado bono demográfico. Al contrario, está desaprovechando el talento de una proporción importante de la juventud. Las consecuencias son de alto impacto, según el análisis de José Manuel Salazar-Xirinachs, director Regional de la OIT para América Latina y el Caribe.
La falta sistemática de oportunidades para obtener un trabajo productivo es caldo de cultivo para el desaliento o la frustración, y repercute sobre la estabilidad, la seguridad y la gobernabilidad de las sociedades. La insatisfacción con frecuencia muta en conductas antisistema, en ocio crónico, e incluso en conductas ilegales.
Esto obliga a los países a comprometer cuantiosos fondos públicos al combate de la delincuencia, en vez de dirigir esos fondos a inversiones en educación, salud y políticas activas de mercado de trabajo.
Y la situación no es un problema solo del presente, sino que tendrá consecuencias e impactos en el futuro, porque las trayectorias laborales y las conductas sociales de esta generación sin suficientes oportunidades hoy se seguirán viendo en los próximos 30 o 40 años.
Además, la proporción de jóvenes está empezando a bajar. En 2050, los mayores de 65 años serán más que los menores de 29 años. El bono demográfico se habrá acabado.
¿Qué hacer?
El primer paso es estar conscientes de la crítica situación actual y sus consecuencias. Esto debería cambiar las prioridades políticas y enfocar a los gobiernos y a diversos sectores en programas y medidas efectivas.
Un área prioritaria es la educación y la capacitación. Aumentar el acceso, reducir la deserción, mejorar la calidad y pertinencia son formas efectivas de aumentar la empleabilidad de los jóvenes.
Otra área clave son las políticas activas de mercado de trabajo, que comprenden servicios de empleo, asesorías y mentorías sobre opciones de carrera, programas de primer empleo y de segunda oportunidad, contratos especiales para los jóvenes y otros. La promoción del empresarialismo como opción de carrera es una línea importante de trabajo, incluyendo la educación empresarial y el apoyo a incubadoras y aceleradoras de negocios.
Son esenciales también las políticas que estimulen y desarrollen la demanda de empleo por parte de las empresas, que van desde políticas de desarrollo y diversificación productiva, ambiente propicio para las empresas, apoyo a PYME y desarrollo de clústeres.
No existe una receta ni solución única. Es verdad que algunos países ya tienen programas para los jóvenes pero hay que llevarlos a mucha mayor escala, mejorar su diseño y aplicarlos de manera estratégica midiendo sus resultados.
El futuro del trabajo para los jóvenes debe ser asumido como una tarea conjunta de la política pública, del sector privado, de los movimientos sindicales, de las organizaciones de jóvenes y de la sociedad civil en general.
Invertir en los jóvenes es invertir en el presente y en el futuro de nuestras sociedades. Esto es tan cierto que casi es una obviedad. Aunque sin duda muchos jóvenes están educándose y se integrarán al mundo del trabajo en condiciones dignas, las estadísticas sobre empleo indican que muchos que se están quedando atrás.
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