El ritmo de trabajo actual puede derivar en cansancio o, directamente, estrés. Y, aunque uno podría pensar, que medidas de flexibilización como el teletrabajo son una manera de eliminar de alguna manera la presión de las oficinas, nada más lejos de la realidad. Pues, muchos estudios han arrojado que el porcentaje de personas que ha desarrollado el síndrome 'Burnout' o de 'desgaste profesional' -un trastorno emocional vinculado al ámbito laboral que aparece como consecuencia de una situación de estrés crónico y reconocido oficialmente como enfermedad por la OMS- en el último año; ha aumentado mucho más durante este tiempo de confinamiento. Pero, ¿y si hubiera alguna forma de transformar el estrés en productividad?


Es exactamente lo que propone Brad Stulberg, coautor del libro 'Máximo rendimiento: mejora tu juego, evita el agotamiento y prospera con la nueva ciencia del éxito', en venta en Amazon. Este experto en gestión de talento explica en un artículo de 'Business Insider', cómo considerar las situaciones estresantes como desafíos en lugar de amenazas; y cómo esto puede transformarse en un estímulo para rendir más, cuando replanteamos las sensaciones que sentimos al estar estresados hacia un contexto más positivo.


Empecemos por la teoría. El estrés, en su sentido más biológico, es simplemente un estímulo. Para que ese estímulo pueda llegar a ser un ejercicio, hay que estresar el bíceps, por ejemplo. En términos laborales, ese estímulo puede ser una revisión de rendimiento por parte de tu jefe o, incluso cuando uno está extremadamente ansioso, esa ansiedad es otro tipo de estímulo fisiológico. Es decir, que lo que sucede en nuestro cuerpo es que cuando nos afecta algún tipo de estímulo, nos excitamos. Sucede cuando tomamos mucha cafeína, por ejemplo, pero también cuando el estímulo es meramente psicológico: nuestro ritmo cardíaco aumenta, podemos sentir mariposas en nuestro estómago, nuestra temperatura central aumenta...


Hablar en público: ¿estresante o emocionante?


Lo que los investigadores han descubierto en los últimos años es que, en la práctica, esas respuestas fisiológicas a menudo son simplemente neutrales. El estrés solo se vuelve negativo cuando lo etiquetamos como tal, según Stulberg. "Uno de mis ejemplos favoritos recogidos mientras investigaba para este libro, es el estrés o la ansiedad que uno puede sentir antes de hablar en público. Lo que han encontrado las investigaciones es que antes de hablar en público, los individuos comienzan a sentir, nuevamente, esas sensaciones", apunta.


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La sabiduría popular apunta a que lo que se debe hacer en estos casos, es realizar algunas respiraciones profundas para calmarse. El problema es que, a menos que uno esté versado en el control de la respiración, lo que sucede a menudo es que las personas respiran profundamente y no se calman. Y luego la situación solo empeora: en el momento en el que no funciona nada para calmarse, los afectados ya han etiquetado mentalmente esas emociones como malas. "Y tratan de calmarse, y no se calman. Y luego suben al escenario y tartamudean y, a menudo, tienen una experiencia terrible", explica Stulberg.


En este sentido "lo que demuestran las investigaciones más recientes es que, puedes reformular esas sensaciones como otra emoción. Y, en lugar de decirte a ti mismo 'necesito calmarme porque estoy estresado', te dices: 'Estoy emocionado. Este es mi cuerpo preparándose para dar lo mejor de sí mismo'. Y ese pequeño cambio sutil en la mentalidad tiene un impacto enorme en cómo se desempeñan los oradores públicos y también en cómo se sienten subjetivamente". En su estudio, Stulberg constató que quienes cambiaban el significado de esa emoción, antes de enfrentarse al público, "se sintieron mucho mejor en el escenario". En resumen, no se trata de negar que exista el estrés como enfermedad, sino de encontrar herramientas para combatirlo en casos leves desde nuestra mente.





Actualidad Laboral / Con datos de La Información