Este trabajo de Deutsche Welle analiza el masivo éxodo de venezolanos, que atraviesan a pie los Andes y el Amazonas para dispersarse a lo largo del continente y la llamada “caravana migrante", que partió de San Pedro Sula, Honduras, con rumbo a los Estados Unidos.


Trabajo completo:


En los últimos meses el tema migratorio ha surgido como asunto de primer orden en América Latina, con dos grandes sucesos que han ocupado la atención del continente: en primer lugar, el masivo éxodo de venezolanos, que están atravesando a pie los Andes y el Amazonas para dispersarse a lo largo del continente. En segunda instancia, la llamada “caravana migrante", que partió el pasado 12 de octubre de San Pedro Sula, Honduras, con rumbo a los Estados Unidos, en un desplazamiento que ha hecho volver la mirada sobre Centroamérica, región que durante décadas ha estado expulsando a sus habitantes en busca de mejores condiciones de vida.


Aunque los reportes de la prensa tienden a equiparar a ambos procesos como muy similares –personas empujadas por agudas carencias materiales a aventurarse en territorio extranjero para intentar garantizarse a sí mismas y a sus familias una vida digna y la posibilidad de un futuro mejor–, lo cierto es que existen marcadas diferencias, sobre todo entre las causas que están impulsando ambos fenómenos y las formas en que se están desarrollando.


El caso venezolano ha sido ya ampliamente documentado. La dictadura instaurada por Nicolás Maduro, continuación del modelo autoritario iniciado hace dos décadas por Hugo Chávez, ha acabado con cualquier resquicio de democracia y eliminado las libertades fundamentales del que fuera uno de los países más ricos de América Latina. El Estado ha sido saqueado a cielo abierto y la economía desquiciada hasta la hiperinflación. Todo escasea en Venezuela, sobre todo alimentos y medicinas, lo que ha producido una crisis humanitaria sin precedentes tras el drástico incremento de los índices de pobreza y mortalidad, incluidos los suicidios, que se han convertido en eventos cotidianos en este país.


De allí que los venezolanos, que solo conocían la migración por la experiencia de sus padres y abuelos, que desde mediados del siglo pasado llegaron allí desde todas partes del mundo atraidos por su clima bondadoso, una democracia en ciernes y la abundante riqueza petrolera, se encuentren en la actualidad huyendo de forma desesperada, distribuyéndose mayoritariamente en la franja andina que va de Colombia hasta Chile y Argentina. Aunque esta original diáspora venezolana, que se cifra hoy entre 4 y 5 millones de habitantes, se encuentra en la actualidad dispersa en todas partes del mundo.


Relato de un país inexistente


En medio del caos, Maduro y su camarilla se afanan en negar la realidad, formulando un relato oficial paralelo de un país inexistente. Una ficción solo posible por su constante repetición en los numerosos medios articulados al dispositivo comunicacional al servicio de la dictadura, que de esta forma justifica la ausencia de medidas mínimas para paliar la creciente carestía de la población. Las políticas económicas instrumentadas, así como el control de los menguantes inventarios de alimentos, lejos de abonar el terreno para una solución de los acuciantes problemas, no hace sino empeorarlos. Por lo que en los meses venideros el flujo de venezolanos tenderá a incrementarse de forma inexorable.


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La actuación del gobierno de Maduro, absolutamente criminal para cualquier observador imparcial, alienta las tesis que afirman que la crisis migratoria venezolana es no solo una consecuencia lógica de la devastación del país efectuada por el chavismo, sino también el resultado de una política de reducción y aniquilamiento de la población, que al ver bloqueados los canales políticos naturales para la sustitución del gobierno, intenta revelarse y manifestar su descontento (Maduro tiene más de 80% de rechazo en todas las encuentas), por lo que es sometida a diversos mecanismos de represión, incluidos la hambruna a través de la distribución selectiva de alimentos, y la expulsión inducida del territorio.


Se trataría así de una especie de Holomodor, a la manera en que los rusos liderados por Stalin sometieron al exterminio al pueblo ucraniano y otras regiones de la antigua Unión Soviética en sus intentos de colectivización de la tierra, o en la forma en que la dictadura cubana aniquiló toda disidencia política mediante el control, la persecusión y finalmente el exilio.


Crisis de migrantes centroamericanos tiene causas estructurales


En otro escenario, el caso de la caravana migrante hondureña, a la que se sumaron también ciudadanos salvadoreños y guatemaltecos, se ha convertido en la versión actualizada de una crisis de más larga data, producto también de los conflictos políticos, pero sobre todo de las marcadas desigualdades sociales, la violencia, las carencias educativas, la pobreza que genera una economía agrícola atrasada y, en general, la ausencia de oportunidades que de forma endémica ha azotado esa región del continente.


La década de 1970 marca el inicio de la migración masiva de hondureños a los Estados Unidos. La de 1980 se suele identificar como el momento en que oleadas de centroamericanos comenzaron a huir en masa de dictaduras, revoluciones y guerras de todo signo que anegaron su fértil territorio con más pobreza y destrucción. El llamado Triángulo Norte de Centroamérica, compuesto por Honduras, Guatemala y El Salvador, es considerada la región más mortífera del mundo, con un índice de muertes violentas superior al de zonas en guerra. De allí proviene el 8% de las solicitudes de asilo en el mundo, aunque su población apenas representa el 0,4% del total global.


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A diferencia de la nueva migración venezolana, mucho más numerosa, pero acotada a una crisis concreta, la caravana migrante es solo una muestra de un fenómeno más amplio que desde hace medio siglo afecta a esa porción de Centroamérica, y que tiene su origen en unas causas que son ya estructurales. En la actualidad, Honduras es el país con más pobres en el continente –sólo por delante de Venezuela, que vive una catástrofe humanitaria. Aunque es necesario señalar, que las políticas de ajuste del gobierno de Juan Orlando Hernández han tendido a una estabilización de los índices macroeconómicos –que aún tienen poca incidencia en la economía de las clases populares–, y los últimos años han visto una notable reducción de la violencia que, sin embargo, sigue siendo muy alta para los estándares internacionales. Por esta razón, la migración sigue su curso.


Lo singular de la caravana hondureña es esta modalidad de organización colectiva, una estrategia desarrollada por los migrantes para ofrecerse apoyo y evitar ser víctimas de traficantes y delicuentes. Aunque en un contexto de fuerte conflictividad política interna –actualmente lastrado por el golpe que expulsó a Manuel Zelaya del poder en 2009, y el cuestionamiento a los mecanismos que permitieron la muy cuestionada reelección de Hernández en 2017– hay evidencias que indicarían la participación de actores políticos en el desplazamiento de una población que sueña con huir de una pobreza histórica por las rutas de la migración.


La caravana, ¿gestionada por actores políticos?


Esta participación de actores políticos se habría producido a través de una estructura de acompañamiento y organización poco común en estos desplazamientos, con vehículos, distribución de alimentos, medios de comunicación y personal de apoyo articulados en un aparato logístico que estaría auspiciando la radicalización nada espontánea de los flujos migratorios. Una acción más interesada en instrumentalizar la pobreza y la migración para atizar conflictos políticos locales y regionales, que en facilitar una ayuda genuina a los más pobres. La idea sería trasladar estas caravanas hasta la frontera de México con los Estados Unidos, y estimular a los migrantes a cruzar las cercas de forma irregular para generar una crisis con las autoridades norteamericanas, tal como ha estado sucediendo hasta ahora.


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De ser cierto, que la caravana fue una acción premeditada por actores políticos, no cabe duda de que, al menos por ahora, ha tenido un enorme éxito. Ya que ha logrado poner en jaque al gobierno de Hernández, endosándole las causas de un éxodo histórico para intentar demostrar las debilidades de su programa de ajustes económicos y llamar la atención sobre la carencia de legitimidad de origen de su gobierno. Al mismo tiempo, y con ayuda de organizaciones de centroamericanos en los Estados Unidos, se ha colocado nuevamente el problema migratorio a las puertas de las instituciones norteamericanas. Aunque han tenido un gran revés, pues la reacción de la administración de Trump ha sido endurecer la políticas de asilo como parte de su discurso nacionalista de seguridad que tanto éxito le ha proporcionado entre su clientela republicana.


Como podemos observar, no es posible conjugar en plural estos flujos migratorios masivos que hoy tienen lugar de forma simultánea en América Latina. Pues más allá de sus aparentes similitudes, un examen más exhaustivo permite revelar las enormes diferencias que existen en sus causas, estructurales en Honduras, coyunturales en Venezuela; en sus protagonistas, población urbana en Venezuela, población campesina en Honduras; en su organización, mucho más experimentada en el caso hondureño; en sus rutas, una hacia el norte, la otra hacia el sur; y en sus formas de organización en los territorios de destino, mucho más estructurada en México y el suroeste de los Estados Unidos por parte de los centroamericanos, un movimiento aún heterogéneo e inmaduro por parte de los venezolanos.


Lo que sí podríamos afirmar, es que más allá de las circunstancias económicas y sociales objetivas que los impulsan, pareciera que la política está jugando un papel fundamental como catalizador para la evolución de estos procesos, un elemento muy importante que debería tomarse en cuenta al momento de abordar sus posibles soluciones.


Actualidad Laboral / Con información de DW